Trilce (Libro)
(Cesar Vallejo)
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Quién hace tánta bulla, y ni deja testar las islas que van quedando.
Un poco más de consideración en cuanto será tarde,
temprano, y se aquilatará mejor el guano, la simple calabrina tesórea que
brinda sin querer, en el insular corazón,
salobre alcatraz, a cada hialóidea grupada.
Un poco más de consideración,
y el mantillo líquido, seis de la tarde
DE
LOS MAS SOBERBIOS BEMOLES
Y la península parase por la espalda, abozaleada,
impertérrita en la línea mortal del
equilibrio.
Tiempo
Tiempo.
Mediodía estancado entre relentes. Bomba aburrida del cuartel achica tiempo tiempo tiempo tiempo.
Era
Era.
Gallos cancionan escarbando en vano. Boca del claro día que conjuga era era era era.
Mañana
Mañana.
El
reposo caliente aún de ser.
Piensa el presente guárdame para
Mañana mañana Mañana mañana.
Nombre Nombre.
¿Qué se llama cuanto heriza nos? Se llama Lomismo que padece nombre nombre nombre nombrE.
Las personas mayores
¿a qué hora volverán?
Da las seis el ciego Santiago, y
ya está muy oscuro.
Madre dijo que no demoraría.
Aguedita, Nativa, Miguel, cuidado con ir por ahí, por
donde acaban de pasar gangueando sus
memorias dobladoras penas, hacia el
silencioso corral, y por donde las
gallinas que se están acostando todavía,
se han espantado tanto.
Mejor estemos aquí no más.
Madre dijo que no demoraría.
Ya no tengamos pena. Vamos viendo los barcos ¡el mío
es más bonito de todos! con los cuales
jugamos todo el santo día, sin
pelearnos, como debe ser:
han quedado en el pozo de agua, listos, fletados de dulces para mañana.
Aguardemos así, obedientes y sin más remedio, la vuelta, el desagravio de los mayores siempre delanteros dejándonos en casa a los pequeños,
como si también nosotros no
pudiésemos partir.
Aguedita, Nativa, Miguel?
Llamo, busco al tanteo en la oscuridad. No me vayan a haber dejado solo, y el único recluso sea yo.
Rechinan dos carretas contra los martillos hasta los lagrimales trifurcas, cuando nunca las hicimos nada. A aquella otra
sí, desamada, amarguradabajo túnel campero por lo uno,y sobre duras áljidas
pruebas espiritivas.
Tendime en són de tercera parte,
mas la tarde -qué la bamos a hhazer-
se anilla en mi cabeza, furiosamente
a no querer dosificarse en madre. Son los
anillos.
Son los nupciales trópicos ya tascados. El alejarse, mejor que todo, rompe a Crisol.
Aquel no haber descolorado por nada. Lado al lado al destino y
llora y llora. Toda la canción cuadrada en tres silencios.
Calor. Ovario. Casi transparencia.
Hase llorado todo.
Hase entero velado en plena
izquierda.
Grupo dicotiledón. Oberturan
desde él petreles, propensiones de trinidad, finales que comienzan, ohs de ayes creyérase avaloriados de heterogeneidad.
¡Grupo de los dos cotiledones!
A ver. Aquello sea sin ser más. A ver. No trascienda
hacia afuera, y piense en són de no ser
escuchado, y crome y no sea visto.
Y no glise en el gran colapso.
La creada voz rebélase y no quiere ser malla, ni amor.
Los novios sean novios en eternidad.
Pues no deis 1, que resonará al infinito. Y no deis 0, que callará tanto, hasta despertar y poner de pie al 1.
Ah grupo bicardiaco.
El traje que vestí mañana no lo ha lavado mi
lavandera: lo lavaba en sus venas
otilinas, en el chorro de su corazón, y
hoy no he de preguntarme si yo
dejaba el traje turbio de injusticia.
A hora que no hay quien vaya a las aguas, en mis falsillas encañona el lienzo para
emplumar, y todas las cosas del velador
de tanto qué será de mí, todas no están
mías a mi lado.
Quedaron de
su propiedad, fratesadas, selladas con
su trigueña bondad.
Y si supiera si ha de volver; y si supiera qué mañana
entrará a entregarme las ropas lavadas,
mi aquella lavandera del alma. Qué
mañana entrará satisfecha, capulí de
obrería, dichosa de probar que sí sabe,
que sí puede ¡COMO NO VA A
PODER!
Azular y planchar todos los caos.
Rumbé sin novedad por la veteada calle que yo me sé. Todo sin novedad, de veras. Y fondeé hada cosas así, y fui pasado.
Doblé la calle por la que raras
veces se pasa con bien, salida heroica por la herida de aquella esquina viva, nada a medias.
Son los grandotes, el grito aquel, la claridad de
careo,
la barreta sumersa en su función de
¡ya!
Cuando la calle está ojerosa de puertas, y pregona desde descalzos atriles trasmañanar las salvas en los dobles.
Ahora hormigas minuteras se adentran dulzoradas, dormitadas,
apenas dispuestas, y se baldan, quemadas
pólvoras, altos de a 1921.
Mañana es otro día, alguna vez hallarla para el
hifalto poder, entrada eternal.
Mañana algún día, sería la tienda chapada con un par
de pericardios, pareja de carnívoros en
celo.
Bien puede afincar todo eso. Pero un mañana sin mañana, entre los aros de que enviudemos, margen de espejo habrá donde traspasaré mí propia frente hasta perder el eco y quedar con el frente
hacia la espalda.
Vusco volvvver de golpe el golpe. Sus dos hojas anchas, su válvula. que se abre en suculenta recepción de multiplicando a multiplicador, su condición excelente para el placer, todo avia verdad.
Busco volver de golpe el golpe. A su halago, enveto
bolivarianas fragosidades a treintidós
cables y sus múltiples, se arrequintan
pelo por pelo soberanos belfos, los dos
tomos de la Obra, y no vivo entonces ausencia, ni al tacto.
Fallo bolver de golpe el golpe. No ensillaremos jamás
el toroso Vaveo de egoísmo y de aquel
ludir mortal de sábana, desque la mujer
esta
¡cuánto pesa de general!
Y hembra es el alma de la ausente.
Y hembra es el alma mía.
—
Prístina y última de infundada ventura, acaba de morir con alma y todo,
octubre habitación y encinta.
De tres meses de ausente y diez de dulce. Cómo el destino, mitrado monodáctilo, ríe.
Cómo detrás desahucian juntas de contrarios. Cómo
siempre asoma el guarismo bajo la línea
de todo avatar.
Cómo escotan las ballenas a palomas. Cómo a su vez éstas dejan el pico cubicado en tercera ala.
Cómo arzonamos, cara a monótonas ancas.
Se remolca diez meses hacia la decena, hacia otro más allá.
Dos quedan por lo menos todavía
en pañales.
Y los tres meses de ausencia.
Y los nueve de gestación.
No hay ni una violencia. El pariente incorporase, y sentado empavona
tranquilas misturas.
He encontrado a una niña en la calle, y me ha
abrazado. Equis, disertada, quien la halló y la halle, no la va a recordar.
Esta niña es mi prima. Hoy, al tocarle el talle, mis
manos han entrado en su edad como en par
de mal rebocados sepulcros. Y por la
misma desolación marchóse, delta al sol tenebroso, trina
entre los dos.
"Me he casado", me dice. Cuando lo que
hicimos de niños en casa de la tía
difunta.
Se ha casado.
Se ha casado.
Tardes años latitudinales, qué verdaderas ganas nos ha dado de jugar a los toros, a las yuntas, pero todo de
engaños, de candor, como fue.
Escapo de una finta, peluza a peluza.
Un proyectil que no sé dónde irá a caer.
Incertidumbre. Tramonto. Cervical
coyuntura.
Chasquido de moscón que muere a mitad de su vuelo y cae a tierra.
¿Qué dice ahora Newton?
Pero, naturalmente, vosotros sois hijos.
Incertidumbre. Talones que no giran. Carilla en nudo, fabrida cinco espinas por un lado y cinco por el
otro: Chit! Ya sale.
Pienso en tu sexo.
Simplificado el corazón, pienso en tu sexo, ante el hijar maduro del día. Palpo el botón
de dicha, está en sazón. Y muere un
sentimiento antiguo degenerado en seso.
Pienso en tu sexo, surco más prolífico y armonioso
que el -vientre de la Sombra, aunque la
Muerte concibe y pare de Dios mismo. Oh
Conciencia, pienso, sí, en el bruto libre que goza donde quiere, donde puede.
Oh, escándalo de miel de los crepúsculos.
Oh estruendo mudo.
¡Odumodneurtse!
Cual mi explicación.
Esto me lacera de tempranía.
Esa manera de caminar por los trapecios.
Esos corajosos brutos como postizos.
Esa goma que pega el azogue al adentro.
Esas posaderas sentadas para arriba.
Ese no puede ser, sido.
Absurdo.
Demencia.
Pero he venido de Trujillo a Lima.
Pero gano un sueldo de cinco soles.
En el ríncón aquel, donde dormimos juntos tantas noches, ahora me he sentado a caminar. La cuja de los novios
difuntos fue sacada, o talvez qué habrá
pasado.
Has venido temprano a otros asuntos y ya no estás. Es el rincón donde a tu lado, leí una noche, entre tus tiernos puntos un cuento de Daudet. Es el rincón amado. No lo equivoques.
Me he puesto a recordar los días de verano idos, tu entrar y salir, poca y harta y pálida por los cuartos.
En esta noche pluvíosa, ya lejos de ambos dos, salto
de pronto... Son dos puertas abriéndose
cerrándose, dos puertas que al viento
van y vienen sombra a sombra
Tengo fe en ser fuerte. Dame, aire manco, dame
ir galoneándome de ceros a la
izquierda. Y tú, sueño, dame tu diamante
implacable, tu tiempo de deshora.
Tengo fe en ser fuerte. Por allí avanza cóncava
mujer, cantidad incolora, cuya gracia se
cierra donde me abro.
Al aire, fray pasado. Cangrejos, zote! Avistate la verde bandera presidencial, arriando las seis banderas restantes, todas las colgaduras de la vuelta.
Tengo fe en que soy, y en que he sido menos.
Ea! Buen primero!
Destílase este 2 en una sola tanda, y entrambos lo apuramos. Nadie me hubo oído.
Estría urente abracadabra civil.
La mañana no palpa cual la primera, cual la última piedra ovulandas a fuerza de secreto. La mañana descalza. El barro a medias entre sustancia gris, más y
menos.
Caras no saben de la cara, ni de la marcha a los encuentros.
Y sin hacia cabecee el exergo.
Yerta la punta del afán.
Junio, eres nuestro. junio, y en tus hombros me paro a carcajear, secando mi metro y mis bolsillos en tus 21 uñas de
estación.
Buena! Buena!
Oh las cuatro paredes de la celda. Ah las cuatro paredes albicantes que sin remedio dan al mismo número.
Criadero de nervios, mala brecha, por sus cuatro
rincones cómo arranca las diarias
aherrojadas extremidades.
Amorosa llavera de innumerables llaves, si estuvieras aquí, si vieras hasta qué hora son cuatro estas paredes. Contra ellas seríamos contigo, los dos, más dos que nunca. Y ni lloraras, di,
libertadora!
Ah las paredes de la celda. De ellas me duelen
entretanto más
las dos largas que tienen esta noche
algo de madres que ya muertas llevan por bromurados declives, a un niño de la mano cada una.
Y sólo yo me voy quedando, con la diestra, que hace por ambas
manos, en alto, en busca de terciario
brazo que ha de pupilar, entre mi dónde
y mi cuándo, esta mayoría inválida de
hombre.
A trastear, Hélpíde dulce, escampas, cómo quedamos de tan quedarnos.
Hoy vienes apenas me he levantado. El establo está divinamente meado y excrementicio por la vaca inocente y el inocente asno y el gallo inocente.
Penetra en la maría ecuménica. Oh sangabriel, haz que
conciba el alma, el sin luz amor, el sin
cielo,
lo más piedra, lo más nada, hasta
la ilusión monarca.
Quemaremos todas las naves!
Quemaremos la última esencia!
Mas si se ha de sufrir de mito a mito, y a hablarme llegas masticando hielo, mastiquemos brasas, ya no hay dónde
bajar, ya no hay dónde subir.
Se ha puesto el gallo incierto, hombre.
Al ras de batiente nata blindada de piedra ideal. Pues apenas acerco el 1 al 1 para no caer.
Ese hombre mostachoso. Sol, herrada su única rueda, quinta y
perfecta, y desde ella para arriba.
Bulla de botones de bragueta,
libres, bulla que reprende A vertical
subordinada.
El desagüe jurídico. La chirota grata.
Mas sufro. Allende sufro. Aquende sufro.
Y he aquí se me cae la baba, soy una bella persona, cuando el hombre guillermosecundario puja y suda felicidad a chorros, al dar lustre al calzado de su pequeña de tres años.
Engállase el barbado y frota un lado. La niña en
tanto pónese el índice en la lengua que
empieza a deletrear los enredos de
enredos de los enredos, y unta el otro
zapato, a escondidas, con un poquito de
saliba y tierra,
pero con un poquito no
má- s.
En un auto arteriado de círculos viciosos, torna diciembre qué cambiado, con su oro en desgracia. Quién le viera: diciembre con su 31 pieles rotas,
el pobre diablo, Yo le recuerdo. Hubimos
de esplendor, bocas ensortijadas de mal
engreimiento, todas arrastrando recelos
infinitos. Cómo no voy a recordarle al magro señor Doce.
Yo le recuerdo. Y hoy diciembre torna qué cambiado, el aliento a infortunio, helado, moqueando humillación.
Y a la ternurosa avestruz como que la ha querido, como que la ha
adorado.
Por ella se ha calzado todas sus diferencias.
Es posible me persigan hasta cuatro magistrados
vuelto. Es posible me juzguen pedro ¡Cuatro humanidades justas juntas! Don Juan
Jacobo está en hacerio, y las burlas le
tiran de su soledad, como a un tonto.
Bien hecho.
Farol rotoso, el día induce a darle algo, y pende a modo de asterisco que se mendiga a
sí propio quizás qué enmendaturas.
Ahora que chirapa tan bonito en esta paz de una sola línea, aquí me tienes, aquí me tienes, de quien yo
penda, para que sacies mis esquinas. Y si, éstas colmadas, te derramases de mayor bondad, sacaré de donde no haya, forjaré de locura otros posillos, insaciables ganas de nivel y amor.
Si pues siempre salimos al encuentro de cuanto entra por otro lado, ahora,
chirapado eterno y todo, heme, de quien
yo penda, estoy de filo todavía. Heme!
Tahona estuosa de aquellos mis bizcochos pura yema infantil innumerable, madre.
Oh tus cuatro gorgas, asombrosamente mal plañidas, madre: tus mendigos. Las dos
hermanas últimas, Miguel que ha muerto y
yo arrastrando todavía una trenza por cada letra del abecedario.
En la sala de arriba nos repartías de mañana, de tarde, de dual estiba, aquellas ricas hostias de tiempo, para que ahora nos sobrasen cáscaras de relojes en flexión de las 24 en punto parados.
Madre, y ahora! Ahora, en cuál alvéolo quedaría, en qué retoño capilar, cierta migaja que hoy se me ata al
cuello y no quiere pasar. Hoy que
hasta tus puros huesos estarán
harina que no habrá en qué amasar ¡tierna dulcera de amor,
hasta en la cruda sombra, hasta en el gran molar cuya encía late en aquel lácteo hoyuelo que inadvertido labrase y pulula ¡tú lo viste tanto! en lo cerradas manos recién nacidas.
Tal la tierra oirá en tu silenciar, cómo nos van cobrando todos el alquiler del mundo donde nos dejas y el valor de aquel pan inacabable. Y nos lo cobran, cuando, siendo nosotros pequeños entonces, como tú verías, no se lo podíamos haber arrebatado a nadie; cuando tú nos lo diste, ¿di, mamá?
Al borde de un sepulcro florecido transcurren dos marías llorando, llorando a mares.
El ñandú desplumado del recuerdo alarga su postrera pluma, y con ella la mano negativa de Pedro graba en un domingo de ramos resonancias de
exequias y de piedras.
Del borde de un sepulcro removido se alejan dos marías cantando.
Lunes.
Alfan alfiles a adherirse a las junturas, al fondo, a
los testuces, al sobrelecho de los
numeradores a pie.
Alfiles y cadillos de lupinas parvas.
Al rebufar el socaire de cada caravela deshilada sin americanizar,
ceden las estevas en espasmo de infortunio, con pulso párvulo
mal habituado a sonarse en el dorso de
la muñeca. Y la más aguda
tiplisonancia se tonsura y apeálase, y
largamente se ennazala hacia
carámbanos de lástima infinita.
Soberbios lomos resoplan al portar, pendientes de mustios
petrales las escarapelas con sus siete
colores bajo cero, desde las islas guaneras hasta las islas guaneras.
Tal los escarzos a la intemperie de pobre fe.
Tal el tiempo de las rondas. Tal el del rodeo para los planos futuros, cuando innánima grifalda relata sólo fallidas callandas cruzadas.
Vienen entonces alfiles a adherirse hasta en las
puertas falsas y en los borradores.
El verano echa nudo a tres años que, encintados de
cárdenas cintas, a todo
sollozo,
aurigan orinientos índices de moribundas alejandrias
de cuzcos moribundos.
Nudo alvino deshecho, una pierna por allí, más allá todavía la otra,
desgajadas, péndulas.
Deshecho nudo de lácteas glándulas de la sinamayera,
bueno para alpacas brillantes, para abrigo de pluma inservible
¡más piernas los brazos que brazos!
Así envérase el fin, como todo, como polluelo adormido saltón de la hendida cáscara, a luz eternamente
polla.
Y así, desde el óvalo, con cuatros al hombro, ya
para qué tristura.
Las uñas aquellas dolían retesando los propios dedos
hospicios.
De entonces crecen ellas para adentro.
mueren para afuera, y
al medio ni van ni vienen, ni van ni vienen.
Las uñas. Apeona ardiente avestruz coja, desde perdidos sures,
flecha hasta el estrecho ciego de
senos aunados.
Al calor de una punta
de pobre sesgo ESFORZADO,
la grieta sota de oros tórnase morena sota de islas, cobriza sota de lagos en frente a moribunda alejandría, a cuzco moribundo.
Me da miedo ese chorro, buen recuerdo, señor fuerte,
implacable cruel dulzor. Me da miedo.
Esta casa me da entero bien, entero
lugar para este no saber dónde estar
No entremos. Me da miedo este favor de tomar por minutos, por puentes
volados. Yo no avanzo, señor dulce, recuerdo vale, triste esqueleto cantor.
Qué contenido, el de esta casa encantada, me da muertes de azogue, y obtura con plomo
mis tomas a la seca actualidad.
El chorro que no sabe a cómo vamos, dame miedo, pavor.
Recuerdo valeroso, yo no avanzo.
Rubio y triste esqueleto, silba, silba.
He almorzado solo ahora, y no he tenido madre, ni súplica, ni sírvete, ni agua, ni padre que, en el facundo ofertorio de los choclos, pregunte para su
tardanza de imagen, por los broches
mayores del sonido.
Cómo iba yo a almorzar. Cómo me iba a servir de tales platos distantes esas cosas, cuando habráse quebrado el propio hogar, cuando no asoma ni madre a los labios.
Cómo iba yo a almorzar nonada.
A la mesa de un buen amigo he almorzado con su padre recién llegado del mundo, con sus canas tías que hablan en tordillo retinte de porcelana, bisbiseando por todos sus viudos
alvéolos; y con cubiertos francos de
alegres tiroriros, porque estánse en su
casa. Así, qué gracia! Y me han dolido
los cuchillos de esta mesa en todo el
paladar.
El yantar de estas mesas así, en que se prueba amor ajeno en vez del propio amor, toma tierra el bocado que no brinda la
MADRE,
hace golpe la dura deglución; el dulce, hiel; aceite funéreo, el café.
Cuando ya se ha quebrado el propio hogar, y el sírvete materno no sale de la tumba, la cocina a oscuras, la miseria de
amor.
Zumba el tedio enfrascado bajo el momento improduddo
y caña.
Pasa una paralela a
ingrata línea quebrada de felicidad.
Me extraña cada firmeza, junto a esa agua que se aleja, que ríe acero, caña.
Hilo retemplado, hilo, hilo binómico ¿por dónde romperás, nudo de guerra?
Acoraza este ecuador, Luna.
Quemadura del segundo
en toda la tierna carnecilla del deseo, picadura de ají vagoroso, a las dos de la tarde inmoral.
Guante de los bordes borde a borde. Olorosa verdad tocada en vivo, al
conectar la antena del sexo con lo que estamos siendo sin saberlo.
Lavaza de ma ablución. Calderas viajeras que se
chocan y salpican de fresca sombra
unánime, el color, la fracción, la dura vida, la
dura vida eterna.
No temamos. La muerte es así.
El sexo sangre de la amada que se queja dulzorada, de portar tanto por tan punto ridículo. Y el circuito entre
nuestro pobre día y la noche grande, a
las dos de la tarde inmoral.
Esperanza plañe entre algodones.
Aristas roncas uniformadas de amenazas tejidas de esporas
magníficas y con porteros botones
innatos.
¿Se luden seis de sol?
Natividad. Cállate, miedo.
Cristiano espero, espero siempre de hinojos en la
piedra circular que está en las cien
esquinas de esta suerte tan vaga a donde
asomo.
Y Dios sobresaltado nos oprime el pulso, grave, mudo,
y como padre a su pequeña,
apenas,
pero apenas, entreabre los sangrientos algodones y entre sus dedos toma a la esperanza.
Señor, lo quiero yo...
Y basta!
999 calorías
Rumbbb... Trrraprrr rrach... chaz
Serpentíníca u del bizcochero
engirafada al tímpano.
Quién como los hielos. Pero no.
Quién como lo que va ni más ni menos.
Quién como el justo medio.
1,000 calorías. Azulea y ríe su gran cachaza el firmamento gringo. Baja el sol empavado y le alborota los cascos al más frío.
Remeda al cuco; Roooooooeeeeis... tierno autocarril, móvil de sed, que corre hasta la playa.
Aire, aire! Hielo!
Si al menos el calor (------------------- Mejor no
digo nada.
Y hasta la misma pluma con que escribo por último se
troncha.
Treinta y tres trillones trescientos treinta y tres calorías.
Sí lloviera esta noche, retiraríame de aquí a mil años. Mejor a cien no mas. Como
si nada hubiese ocurrido, haría la
cuenta de que vengo todavía.
O sin madre, sin amada, sin porfía de agacharme a
aguaitar al fondo, a puro Pulso,
esta noche así, estaría escarmenando la fibra védica, la lana védica de mi fin
final, hilo del diantre, traza de haber
tenido por las narices a dos badajos
inacordes de tiempo en una misma
campana.
Haga la cuenta de mi vida o haga la cuenta de no haber aún nacido no alcanzaré a librarme.
No será lo que aún no haya venido, sino lo que ha llegado y ya se ha ido, sino lo que ha llegado y ya se ha ido.
Se acabó el extraño, con quien, tarde la noche, regresabas parla y parla. Ya no habrá quien me aguarde, dispuesto mi lugar, bueno lo malo.
Se acabó la calurosa tarde; tu gran bahía y tu clamor; la charla con tu madre acabada que nos brindaba un té
lleno de tarde.
Se acabó todo al fin: las vacaciones, tu obediencia de pechos, tu manera de pedirme que no me vaya fuera.
Y se acabó el diminutivo, para mi mayoría en el dolor sin fin y nuestro
haber nacido así sin causa.
El encuentro con la amada tanto alguna vez, es un
simple detalle, casi un programa hípico
en violado, que de tan largo no se puede
doblar bien.
El almuerzo con ella que estaría poniendo el plato que nos gustara ayer y
se repite ahora,
pero con algo más de mostaza; el
tenedor absorto, su doneo radiante de
pistilo en mayo, y su verecundia de a
centavito, por quítame allá esa paja. Y
la cerveza lírica y nerviosa a la que
celan sus dos pezones sin lúpulo, y que
no se debe tomar mucho!
Y los demás encantos de la mesa que aquella núbil campaña borda con sus propias baterías germinales que han operado toda la mañana, según me consta, a mí, amoroso notario de sus intimidades, y con las diez varillas mágicas de sus dedos pancreáticos.
Mujer que, sin pensar en nada más allá, suelta el mirlo y se pone a conversamos sus palabras tiernas como lancinantes
lechugas recién cortadas.
Otro vaso y me voy. Y nos marchamos, ahora sí, a trabajar.
Entre tanto, ella se interna entre los cortinajes y
¡oh aguja de mis días desgarrados! se
sienta a la orilla de una costura, a coserme el costado a su costado,
a pegar el botón de esa camisa, que se ha vuelto a
caer. Pero hase visto!
Pugnamos ensartamos por un ojo de aguja, enfrentados a las ganadas.
Amoniácase casi el cuarto ángulo del círculo. ¡Hembra se continúa el macho, a raíz de probables senos, y precisamente a raíz de
cuanto no florece!
¿Por ahí estás, Venus de Milo? Tú manqueas apenas pululando entrañada en los brazos plenarios
de la existencia,
de esta existencia que todaviiza perenne imperfección.
Venus de Milo, cuyo cercenado, increado brazo revuélvase y trata de encadarse a través de verdeantes guijarros gagos, ortivos nautilos, aunes que gatean recién, vísperas inmortales, Laceadora de
inminencias, laceadora del paréntesis.
Rehusad, y vosotros, a posar las plantas en la seguridad dupla de la Armonía.
Rehusad la simetría a buen seguro.
Intervenid en el conflicto de puntas que se disputan en la más torionda de las justas el salto por el ojo de la aguja!
Tal siento ahora el meñique demás en la siniestra. Lo
veo y creo no debe serme, o por lo menos
que está en sitio donde no debe. Y me
inspira rabia y me azarea y no hay cómo salir de él, sino haciendo la cuenta de que hoy es jueves.
¡Ceded al nuevo impar
potente
de orfandad!
He conocido a una pobre muchacha a quien conduje hasta la escena. La madre,
sus hermanas qué amables y también aquel
su infortunado "tú no vas a volver".
Como en cierto negocio me iba admirablemente me rodeaban de un aire de dinasta
florido. La novia se volvía agua, y cuán bien me solía llorar su amor mal aprendido.
Me gustaba su tímida marinera de humildes aderezos al
dar las vueltas, y cómo su pañuelo
trazaba puntos, tildes, a la melografía de su bailar de juncia.
Y cuando ambos burlamos al párroco, quebróse mi negocio y el suyo y la esfera barrida.
Este cristal aguarda ser sorbido en bruto por boca venidera sin dientes. No desdentada.
Este cristal es pan no venido todavía.
Hiere cuando lo fuerzan y ya no tiene cariños animales. Mas si se le apasiona, se melaría y tomaría la horma de los sustantivos que se adjetivan de brindarse.
Quienes lo ven allí triste individuo incoloro, lo enviarían por amor, por pasado y a lo más por futuro: si él no dase por ninguno de sus costados; si él espera ser sorbido de golpe y en cuanto transparencia, por boca ve-
nidera que ya no tendrá dientes.
Este cristal ha pasado de animal, y marchase ahora a
formar las izquierdas, los nuevos Menos.
Déjenlo solo no más.
Quién ha encendido fósforo!
Mésome. Sonrío a columpio por motivo.
Sonrío aún más, si llegan todos a ver
las guías sin color y a mí siempre en punto. Qué me importa.
Ni ese bueno del Sol que, al morirse de gusto, lo desposta todo para distribuirlo
entre las sombras, el pródigo,
ni él me esperaría a la otra banda. Ni los demás que paran sólo entrando y saliendo.
Llama con toque de retina el gran panadero. Y pagamos en
señas curiosísimas el tibio valor
innegable horneado, trascendiente. Y
tomamos el café, ya tarde, con deficiente azúcar que ha faltado, y pan sin
mantequilla. Qué se va a hacer.
Pero, eso sí, los aros receñidos, barreados.
La salud va en un pie. De frente: marchen!
Quién nos hubiera dicho que en domingo así, sobre arácnidas cuestas se encabritaría la sombra de puro
frontal. (Un molusco ataca yermos ojos
encallados, a razón de dos o más posibilidades
tantálicas contra medio estertor de
sangre remordida).
Entonces, ni el propio revés de la pantalla deshabitado enjugaría las arterias trasdoseadas de dobles todavías. Como si no
nos hubiesen dejado salir! Como sí no
estuviésemos embrazados siempre a los
dos flancos diarios de la fatalidad!
Y cuánto nos habríamos ofendido. Y aún lo que nos
habríamos enojado y peleado y amistado
otra vez y otra vez.
Quién hubiera pensado en tal domingo. cuando, a rastras, seis codos lamen de esta manera, hueras yemas lunesentes.
Habríamos sacado contra él, de bajo de las dos alas del Amor, lustrales plumas
terceras, puñales, nuevos pasajes de
papel de oriente. Para hoy que probamos
si aún vivimos casi un frente no más.
La Muerte de rodillas mana su sangre blanca que no es
sangre.
Se huele a garantía.
Pero ya me quiero reír.
Murmurase algo por allí. Callan. Alguien silba valor de lado, y hasta se contaría en par veintitrés costillas que se echan de menos entre sí, a ambos costados; se contaría en par también, toda la fila de trapecios
escoltas.
En tanto, el redoblante policial (otra vez me quiero reir) se desquita y nos tunde a palos. dale y dale
de membrana a membrana
tas con tas.
Esperaos. Ya os voy a narrar todo. Esperaos sossiegue este dolor de cabeza. Esperaos. ¿Dónde os
habéis dejado vosotros que no hacéis
falta jamás?
Nadie hace falta! Muy bien.
Rosa, entra del último piso.
Estoy niño. Y otra vez rosa: ni
sabes a dónde voy.
¿Aspa la estrella de la muerte? O son extrañas
máquinas cosedoras dentro del costado
izquierdo.
Esperaos otro momento.
No nos ha visto nadie. Pura búscate el talle.
¡A dónde se han saltado tus ojos!
Penetra reencarnado en los salones de ponentino cristal. Suena música exacta casi lástima.
Me siento mejor. Sin fiebre, y ferviente.
Primavera. Perú. Abro los ojos. Ave! No salgas. Dios,
como si sospechase algún flujo sin
reflujo ay.
Paletada facial, resbala el telón cabe las conchas.
Acrisis. Tilia, acuéstate.
Quién sabe se va a ti. No le ocultes.
Quién sabe madrugada.
Acaríciale. No le digas nada. Está duro de lo que se ahuyenta.
Acaríciale. Anda! Cómo le tendrías pena.
Narra que no es posible todos digan que bueno, cuando ves que se vuelve y revuelve, animal que ha aprendido a irse... No?
Sí! Acaríciale. No le arguyas.
Quién sabe se va a ti madrugada. ¿Has contado qué poros dan salida
solamente, y cuáles dan entrada?
Acarídale. Anda! Pero no vaya a saber que lo haces porque yo te lo ruego.
Anda!
Este piano viaja para adentro, viaja a saltos alegres. Luego medita en
ferrado reposo, clavado con diez
horizontes.
Adelanta. Arrástrase bajo túneles, más allá, bajo túneles de dolor, bajo vértebras que fugan naturalmente.
Otras veces van sus trompas, lentas asias amarillas de vivir, van de eclipse, y se espulgan pesadillas
inséctiles, ya muertas para el trueno, heraldo de los génesis.
Piano oscuro ¿a quién atisbas con tu sordera que me oye. con tu mudez que me asorda?
Oh pulso misterioso.
Me desvinculo del mar
cuando vienen las aguas a mí.
Salgamos siempre. Saboreemos la canción estupenda, la canción
dicha por los labios inferiores del
deseo.
Oh prodigiosa doncellez.
Pasa la brisa sin sal.
A lo lejos husmeo los tuétanos oyendo el tanteo profundo, a la caza de teclas de resaca.
Y si así diéramos las narices en el absurdo,
nos cubriremos con el oro de no tener nada, y empollaremos el ala aún no nacida de la noche, hermana de esta ala huérfana del día, que a fuerza de
ser una ya no es ala.
La tarde cocinera se detiene ante la mesa donde tú comiste; y muerta de hambre tu memoria viene sin probar ni agua, de lo puro triste.
Mas, como siempre, tu humildad se aviene a que le brinden la bondad más triste. Y no quieres gustar, que ves quien viene filialmente a la mesa en que comiste.
La tarde cocinera te suplica y te llora en su delantal que aún
sórdido nos empieza a querer de oírnos
tanto.
Yo hago esfuerzos también; porque no hay valor para servirse de estas aves.
Ah! qué nos vamos a servir ya nada.
Ciliado arrecife donde nací, según refieren
cronicones y pliegos de labios
familiares historiados en segunda
gracia.
Ciliado archipiélago, te desislas a fondo,
a
fondo, archipiélago mío!
Duras todavía las articulaciones al camino, como
cuando nos instan, y nosotros no cedemos por nada.
Al ver los párpados cerrados,
implumes mayorcitos, devorando azules bombones, se carcajean pericotes viejos.
Los párpados cerrados, como si, cuando nacemos; siempre no fuese tiempo todavía.
Se va el altar, el cirio para que no le pasase nada a
mi madre, y por mí que sería con los
años, si Dios quería, Obispo, Papa,
Santo, o talvez sólo un columnario dolor
de cabeza.
Y las manitas que se abarquillan asiéndose de algo
flotante, a no querer quedarse.
Y siendo ya la l.
Tengo ahora 70 soles peruanos. Cojo la penúltima moneda, la
que suena 69 veces púnicas.
Y he aquí, al finalizar su rol, quemase toda y arde llameante,
llameante, redonda entre mis tímpanos alucinados. Ella, siendo 69, dase contra 70; luego escala 71, rebota en 72.
Y así se multiplica y espejea impertérrita en todos los demás piñones.
Ella, vibrando y forcejeando, pegando grittttos,
soltando arduos, chisporroteantes silencios,
orinándose de natural grandor, en
unánimes postes surgentes,
acaba por ser todos los guarismos, la
vida entera.
Murmurando en inquietud, cruzo,
el traje largo de sentir, los lunes de
la verdad.
Nadie me busca ni me reconoce,
y hasta yo he olvidado de
quién seré.
Cierta guardarropa, sólo ella, nos sabrá a todos en las blancas hojas de las partidas. Esa guardarropía, ella
sola, al volver de cada facción,
de cada candelabro ciego
de nacimiento.
Tampoco yo descubro a nadie, bajo este mantillo que
irídíce los lunes
de
la razón;
y no hago más que sonreír a cada púa de las verjas, en la loca búsqueda del conocido.
Buena guardarropía, ábreme
tus
blancas hojas;
quiero reconocer siquiera al 1, quiero el punto de apoyo, quiero saber de estar siquiera.
En los bastidores donde nos vestimos,
no hay, no Hay nadie: hojas tan sólo de
par en par.
Y siempre los trajes descolgándose por sí propios, de perchas como ductores índices grotescos, y partiendo sin cuerpos, vacantes, hasta
el matiz prudente
de un gran caldo de alas con causas y lindes fritas.
Y hasta el hueso!
El cancerbero cuatro veces al día maneja su candado,
abriéndonos cerrándonos los esternones,
en guiños que entendemos perfectamente.
Con los fundillos lelos melancólicos, amuchachado de trascendental desaliño, parado, es adorable el pobre viejo. Chancea con los presos, hasta el tope
los puños en las ingles. Y hasta mojarilla les roe algún
mendrugo; pero siempre cumpliendo su
deber.
Por entre los barrotes pone el punto fiscal, inadvertido, izándose en la
falangita
del meñique, a la pista de lo que hablo, lo que como, lo que sueño.
Quiere el corvino ya no hayan adentros, y cómo nos
duele esto que quiere el cancerbero.
Por un sistema de relojería, juega el viejo inminente, pitagórico a lo ancho de las aortas. Y sólo de tarde en noche, con noche soslaya alguna su excepción de metal. Pero, naturalmente, siempre cumpliendo su deber.
Mentira. Si lo hacía de engaños, y nada más. Ya está.
De otro modo, también tú vas a ver,
cuánto va a dolerme el haber sido así.
Mentira. Calla.
Ya está bien.
Como otras veces tú me haces esto mismo, por eso yo
también he sido así.
A mí, que había tanto atisbado si de veras llorabas,
ya que otras veces sólo te quedaste
en tus, dulces pucheros,
a mi, que ni soñé que los creyeses, me ganaron tus lágrimas.
Ya está.
Mas ya lo sabes: todo fue mentira.
Y si sigues llorando, bueno, pues!
Otra vez ni he de verte cuando juegues.
Y nos levantaremos cuando se nos dé la gana, aunque
mamá toda claror nos despierte con
cantora y linda cólera materna.
Nosotros reiremos a hurtadillas de esto, mordiendo el canto de las tibias colchas de vicuña ¡y no me vayas a hacer cosas!
Los humos de los bohíos ¡ah golfillos en rama!
madrugarían a jugar a las cometas
azulinas, azulantes, y, apañuscando
alfarjes y piedras, nos darían
su estímulo fragante de boñiga, para sacamos al aire nene que no conoce aún las
letras, a pelearles los hilos.
Otro día querrás pastorear entre tus huecos onfalóídeos
ávidas
cavernas,
meses nonos, mis telones.
O querrás acompañar a la ancianía a destapar la toma de un crepúsculo, para que de día surja toda el agua que pasa de noche.
Y llegas muriéndote de risa, y en el almuerzo musical, cancha reventada, harina con manteca, con manteca, le tomas el pelo al peón
decúbito que hoy otra vez olvida dar los
buenos días, esos sus días, buenos con b
de baldío, que insisten en salirle al
pobre por la culata de la v dentilabial que vela en él.
Quién clama las once no son doce! Como si las hubiesen pujado,
se afrontan de dos en dos las once
veces.
Cabezazo brutal. Asoman las coronas a oír, pero sin
traspasar los eternos trescientos
sesenta grados, asoman y exploran en
balde, dónde ambas manos ocultan el otro
puente que les nace entre veras y
litúrgicas bromas.
Vuelve la frontera a probar las dos piedras que no
alcanzar a ocupar una misma posada a un
mismo tiempo. La frontera, la ambulante
batuta, que sigue inmutable, igual, sólo
más ella a cada esguince en alto.
Veis lo que es sin poder ser negado, veis lo que tenemos que aguantar, mal que nos pese. ¡Cuánto se aceita en
codos que llegan hasta la boca!
Forajido tormento, entra, sal por un mismo forado
cuadrangular. Duda. El balance punza y
punza hasta las cachas.
A veces doyme contra todas las contras, y por ratos soy el alto más negro de las
ápices en la fatalidad de la Armonía.
Entonces las ojeras se irritan divinamente,
y solloza la sierra del alma, se
violentan oxígenos de buena voluntad,
arde cuanto no arde y hasta el
dolor dobla el pico en risa.
Pero un día no podrás entrar ni salir, con el puñado de tierra que te echaré a los ojos forajido!
Samain dirfa el aire es quieto y de una contenida
tristeza. Vallejo dice hoy la Muerte está soldando cada lindero a cada hebra de cabello perdido, desde la
cubeta de un frontal, donde hay algas,
toronjiles que cantan divinos almcigos
en guardia, y versos antisépticos sin dueño.
El miércoles, con uñas destronadas se abre las
propias de alcanfor, e instila por
polvorientos [uñas
harneros, ecos, páginas vueltas, sarros,
zumbidos de moscas
cuando hay muerto, y pena clara
esponjosa y cierta
[esperanza.
Un enfermo lee La Prensa, como en facistol. Otro está tendido palpitante,
longirrostro, cerca a estarlo sepulto.
Y yo advierto un hombro está en su sitio todavía y casi queda listo tras de este, el
otro 1ado.
Ya la tarde pasó diez y seis veces por el subsuelo
empa y se está casi ausente [trullado,
en el número de madera amarilla de la cama que está desocupada tanto
tiempo allá..................... enfrente.
Todos los días amanezco a ciegas a trabajar para vivir; y tomo el
desayuno, sin probar ni gota de él,
todas las mañanas. Sin saber si he logrado,
o más nunca, algo que brinca del
sabor o es sólo corazón y que ya vuelto,
lamentará hasta dónde esto es lo menos.
El niño crecería ahíto de felicidad
oh
albas,
ante el pesar de los padres de no poder dejarnos de arrancar de sus sueños de amor a este
mundo; ante ellos que, como'Dios, de
tanto amor se comprendieron hasta
creadores y nos quisieron hasta hacernos
daño.
Flecos de invisible trama, dientes que huronean desde
la neutra emoción,
pilares
libres de base y coronación, en la gran boca que ha
perdido el habla.
Fósforo y fósforo en la oscuridad, lágrima y lágrima en la polvareda.
Craterizados los puntos más altos, los puntos del amor de ser mayúsculo, bebo, ayuno, ab-
sorbo heroína para la pena, para el latido
lacio y contra toda corrección.
¿Puedo decir que nos han traicionado? No. ¿Que todos fueron buenos? Tampoco. Pero allí está una buena voluntad, sin duda, y sobre todo, el ser así.
Y qué quien se ame mucho! Yo me busco en mi propio designio que debió ser obra mía, en vano: nada alcanzó a ser libre.
Y sin embargo, quién me empuja.
A que no me atrevo a cerrar la quinta ventana. Y el papel de amarse y persistir, junto a
las horas y a lo indebido.
Y el éste y el aquél.
En la celda, en lo sólido, también se acurrucan los rincones.
Arreglo los desnudos que se ajan, se doblan, se harapan.
Apéome del caballo jadeante, bufando líneas de bofetadas y de horizontes; espumoso pie contra tres cascos.
Y le ayudo: Anda, animal!
Se tomaría menos, siempre menos, de lo que me tocase erogar, en la celda, en lo líquido.
El compañero de prisión comía el trigo de las lomas, con mi propia cuchara, cuando, a la mesa de mis padres, niño, me quedaba dornúdo masticando.
Le soplo al otro: Vuelve, sal por la otra esquina; apura... aprisa... apronta!
E inadvertido aduzco, planeo, cabe camastro
desvencijado, piadoso:
No creas. Aquel médico era un hombre sano
Ya no reiré cuando mi madre rece en infancia y en domingo, a las cuatro de la madrugada, por los caminantes, encarcelados, enfermos y pobres.
En el redil de niños, ya no le asestaré puñetazos a ninguno de ellos, quien,
después, todavía sangrando, lloraría: El
otro sábado te daré de mi fiambre,
pero no me pegues!
Ya no le diré que bueno.
En la celda, en el gas ilimitado hasta redondearse en
la condensación, ¿quién tropieza por
afuera?
La esfera terrestre del amor que rezagóse abajo, da vuelta y vuelta sin parar segundo, y nosotros estamos condenados a sufrir
como un centro su girar
Pacífico inmóvil, vidrio, preñado de todos los posibles. Andes frío,
inhumanable, puro Acaso. Acaso.
Gira la esfera en el pedernal del tiempo, y se afila,
y se afila hasta querer perderse; gira
forjando, ante los desertados flancos,
aquel punto tan espantablemente conocido, porque él ha gestado, vuelta y vuelta, el
corralito consabido. Centrífuga que sí, que sí,
que Sí, que sí, que sí, que sí, que sí: NO! Y me retiro hasta azular, y
retrayéndome endurezco, hasta apretarme
el alma!
Es de madera mi paciencia, sorda, vegetal.
Día que has sido puro, niño, inútil, que naciste
desnudo, las leguas de tu marcha, van
corriendo sobre tus doce extremidades,
ese doblez ceñudo que después
deshiláchase en no se sabe qué últimos
pañales.
Constelado de hemisferios de grumo, bajo eternas
américas inéditas, tu gran plumaje, te
partes y me dejas, sin tu emoción ambigua,
sin tu nudo de sueños, domingo.
Y se apolilla mi paciencia, y me vuelvo a exclamar:
¡Cuándo vendrá el domingo bocón y mudo
del sepulcro; cuándo vendrá a cargar
este sábado de harapos, esta horrible
sutura del placer que nos engendra sin
querer, y el placer que nos DestieRRA!
Esta noche desciendo del caballo, ante la puerta de la casa, donde me despedí con el cantar del gallo.
Está cerrada y nadie responde.
El poyo en que mamá alumbró al hermano mayor, para que ensille lomos que había yo montado en pelo, por rúas y por cercas, niño aldeano; el poyo en que dejé que se amarille al
sol mi adolorida infancia... ¿Y este
duelo que enmarca la portada?
Dios en la paz foránea, estornuda, cual llamando
también, el bruto; husmea, golpeando el
empedrado. Luego duda
relíncha, orejea a viva oreja.
Ha de velar papá rezando, y quizás pensará se me hizo tarde.
Las hermanas, canturreando sus ilusiones sencillas,
bullosas, en la labor para la fiesta que se acerca, y ya no falta casi nada. Espero, espero, el
corazón un huevo en su momento, que se obstruye.
Numerosa familia que dejamos no ha mucho, hoy nadie en vela, y ni una
cera puso en el ara para que
volviéramos.
Llamo de nuevo, y nada.
Callamos y nos ponemos a sollozar, y el animal relincha, relincha más todavía.
Todos están durmiendo para siempre, y tan de lo más bien, que por fin mi caballo acaba fatigado por cabecear a su vez, y entre sueños, a cada venia,
dice que está bien, que todo está muy
bien.
Alfombra
Cuando vayas al cuarto que tú sabes, entra en él,
pero entorna con tiento la mampara que tánto se entreabre,
casa bien los cerrojos, para que ya no puedan volverse otras espaldas.
Corteza
Y cuando salgas, di que no tardarás a llamar al canal que nos separa:
fuertemente cogido de un canto de tu suerte, te soy inseparable, y me arrastras de borde de tu alma.
Almohada
Y sólo cuando hayamos muerto
¡quién sabe!
Oh nó. Quién sabe! entonces nos habremos separado. Mas si, al cambiar el paso, me tocase a mí la
desconocida bandera, te he esperar allá,
en la confluencia del soplo y el hueso, como antaño, como antaño en la
esquina de los novios ponientes de la tierra.
Y desde allí te seguiré a lo largo de otros mundos, y siquiera podrán servirte mis nós musgosos y arrecidos, para que en ellos poses las rodillas en las siete caídas de esa cuesta
infinta, y así te duelan menos.
Amanece lloviendo. Bien peinada la mañana chorrea el pelo fino. Melancolía
está amarrada; y en mal asfaltado oxidente de muebles indúes, vira, se asienta apenas el destino.
Cielos de puna descorazonada por gran amor, los
cielos de platino, torvos de imposible.
Rumia la majada y se subraya de un relincho andino.
Me acuerdo de mí mismo. Pero bastan las astas del
viento, los timones quietos hasta
hacerse uno,
y el grillo del tedio y el jiboso
codo inquebrantable basta la mañana de libres crinejas de brea preciosa,
serrana, cuando salgo y busco las once y no son más que las doce deshoras.
Hitos vagarosos enamoran, desde el
minuto montuoso que obstetriza y fecha
los amotinados nichos de la at- mósfera.
Verde está el corazón de tanto esperar;
y en el canal de Panamá ¡hablo con
vosotros, mitades, bases, cúspides!
retoñan los peldaños, pasos que suben, pasos que baja- n.
Y yo que pervivo, y yo que sé plantarme.
Oh valle sin altura
madre, donde todo duerme horrible mediatinta, sin ríos frescos, sin entradas de
amor. Oh voces y ciudades que pasan
cabalgando en un dedo tendido que señala a calva Unidad. Mientras pasan, de
mucho en mucho, gañanes de gran costado sabio, detrás de las tres tardas
dimensiones.
Hoy
Mañana
Ayer
(No, hombre!)
Madre, me voy mañana a Santiago, a mojarme en tu
bendición y en tu llanto. Acomodando
estoy mis desengaños y el rosado de
llaga de mis falsos trajines.
Me esperará tu arco de asombro, las tonsuradas columnas de tus ansias que se acaban la vida. Me esperará el
patio, el corredor de abajo con sus
tondos y repulgos de fiesta. Me esperará
mi sillón ayo, aquel buen quijarudo
trasto de dinástico cuero, que para no
más rezongando a las nalgas
tataranietas, de correa a correhuela.
Estoy cribando mis cariños más puros.
Estoy ejeando ¿no oyes jadear la sonda?
¿no
oyes tascar dianas?
estoy plasmando tu fórmula de amor para todos los huecos de este suelo. Oh si se dispusieran los tácitos
volantes para todas las cintas más
distantes, para todas las citas más
distintas.
Así, muerta inmortal. Así.
Bajo los dobles arcos de tu sangre, por donde hay que pasar tan de puntillas, que hasta mi
padre para ir por allí,
humildóse hasta menos de la mitad del hombre, hasta ser el primer pequeño que tuviste.
Así, muerta inmortal. Entre la columnata de tus
huesos que no puede caer ni a
lloros, y a cuyo lado ni el Destino pudo
entrometer ni un solo dedo suyo.
Así, muerta inmortal.
Así.
Dobla el dos de Noviembre.
Estas sillas son buenas acogidas. La rama del presentimiento va, viene, sube, ondea sudorosa, fatigada en esta sala.
Dobla triste el dos de Noviembre.
Difuntos, qué bajo cortan vuestros dientes abolidos, repasando ciegos nervios, sin recordar la dura fibra que cantores obreros redondos remiendan con cáñamo inacabable, de innumerables
nudos latentes de encrucijada.
Vosotros, difuntos, de las nítidas rodillas puras a fuerza de entregaros, cómo aserráis el otro corazón con vuestras blancas coronas, ralas de cordialidad. Sí. Vosotros, difuntos.
Dobla triste el dos de Noviembre. Y la rama del
presentimiento se la muerde un carro que simplemente rueda por la calle.
Canta cerca el verano, y ambos diversos erramos, al hombro recodos, cedros, compases unípedos,
espatarrados en la sola recta inevitable.
Canta el verano y en aquellas paredes endulzadas de
marzo, lloriquea, gusanea la arácnida acuarela
de
la melancolía.
Cuadro enmarcado de trisado anélido, cuadro que faItó en ese sitio para donde pensamos que vendría el gran espejo
ausente.
Amor, éste es el cuadro que faltó.
Mas, para qué me esforzaría por dorar pajilla para
tal encantada aurícula, si, a espaldas
de astros queridos, se consiente el
vado, a pesar de todo.
Cuánta madre quedábase adentrada siempre, en tenaz
atavío de carbón, cuando el cuadro
faltaba, y para lo que crecería al pie
de ardua quebrada de mujer.
Así yo me decía: Si vendrá aquel espejo que de tan esperado, ya pasa de cristal. Me acababa la vida ¿para qué?
Me acababa la vida, para alzarnos
sólo
de espejo a espejo.
Estamos a catorce de Julio. Son las cinco de la
tarde. Llueve en toda una tercera
esquina de papel secante.
Y llueve más de abajo ay para arriba.
Dos lagunas las manos avanzan de diez en fondo,
desde un martes cenagoso que ha seis días está en los lagrimales helado.
Se ha degollado una semana con las más agudas caídas;
hase hecho todo lo que puede hacer
miserable genial en gran taberna sin
rieles. Ahora estamos bien, con esta
lluvia que nos lava y nos alegra y nos
hace gracia suave.
Hemos a peso bruto caminado, y, de un solo
desafío, blanqueó nuestra pureza de
animales. Y preguntamos por el eterno amor,
por el encuentro absoluto, por cuanto pasa de aquí para allá.
Y respondimos desde dónde los
míos no son los tuyos
desde qué hora el bordón, al ser portado,
sustenta y no es sustentado. (Neto.)
Y era negro, colgado en un ríncón,
sín proferir ni jota, mi paletó,
a
t
o
d
a
s
t
A
Qué nos buscas, oh mar, con tus volúmenes docentes! Qué inconsolable, qué atroz estás en la febril solana.
Con tus azadones saltas, con tus hojas saltas,
hachando, hachando el loco sésamo,
mientras tornan llorando las olas, después de descascar los cuatro vientos y todos los
recuerdos, en labiados plateles de
tungsteno, contraltos de colmillos y estáticas eles quelonias.
Filosofía de alas negras que vibran al medroso temblor de los hombros del día.
El mar, y una edición en pie,
en su única hoja el anverso de
cara al reverso.
Todos sonríen
del desgaire con que voyme a fondo,
celular de comer bien y bien beber.
Los soles andan sin yantar? O hay
quien les da granos como a pajarillos?
Francamente, yo no sé de esto casi nada.
Oh piedra, almohada bienfaciente al fin. Amémonos
los vivos a los vivos, que a las buenas
cosas muertas será Cuánto tenemos que quererlas [después. y estrecharlas,
cuánto. Amemos las actualidades, que
siempre no estaremos como estamos.
Que interinos Barrancos no hay en los esenciales cemen- [terios.
El porteo va en el alfar, a pico. La jornada nos da
en el cogollo, con su docena de
escaleras, escaladas, en horizon- tizante frustración de pies, por pávidas
sandalias vacantes.
Y temblamos avanzar el paso, que no sabemos si
damos con el péndulo, o ya lo hemos
cruzado.
Serpea el sol en tu mano fresca, y se derrama
cauteloso en tu curiosidad.
Cállate. Nadie sabe que estás en mí, toda entera. Cállate. No respires. Nadie sabe mi merienda suculenta de unidad: legión de oscuridades, amazonas de lloro.
Vanse los carros flagelados por la tarde, y entre ellos los míos, cara atrás, a las
riendas fatales de tus dedos.
Tus manos y mis manos recíprocas se tienden polos en guardia, practicando
depresiones, y sienes y costados.
Calla también, crepúsculo futuro, y recógete a reír
en lo íntimo, de este celo de gallos
ajisecos soberbiamente, soberbiamente
ennavajados de cúpulas, de viudas
mitades cerúleas. Regocíjate, huérfano;
bebe tu copa de agua desde la pulpería
de una esquina cualquiera.
Lento salón en cono, te cerraron, te cerré.
aunque te quise, tú lo sabes, y hoy de qué manos
penderán tus llaves.
Desde estos muros derribamos los últimos escasos pabellones que cantaban.
Los verdes han crecido. Veo labriegos
trabajando, los cerros llenos de
triunfo. Y el mes y medio transcurrido alcanza
para una mortaja, hasta demás.
Salón de cuatro entradas y sin una salida, hoy que has honda murria, te hablo por tus seis dialectos enteros. Ya ni he de
violentarme a que me seas, de para
nunca; ya no saltaremos ningún otro
portillo querido.
julio estaba entonces de nueve. Amor contó en sonido impar. Y la dulzura dio para toda la mortaja, hasta demás.
Ha triunfado otro ay. La verdad está allí. Y quien tal actúa ¿no va a saber amaestrar excelentes digitígrados para el ratón. ¿Sí... No...?
Ha triunfado otro ay y contra nadie.
Oh exósmosis de agua químicamente pura. Ah míos australes. Oh nuestros divinos.
Tengo
pues derecho
a estar verde y contento y peligroso, y a ser el
cincel, miedo del bloque basto y vasto; a meter la pata y a la risa.
Absurdo, sólo tú eres puro. Absurdo, este exceso sólo
ante tí se suda de dorado placer.
Hubo un día tan rico el año pasado...! que ya ni sé qué hacer con él.
Severas madres guías al colegio, asedian las
reflexiones, y nosotros enflechamos la cara apenas. Para ya tarde saber que en aquello gozna la travesura y se rompe la sien. Qué día el del año
pasado, que ya ni sé qué hacer con
él, rota la sien y todo.
Por esto nos separarán, por eso y para ya no hagamos
mal. Y las reflexiones técnicas aún
dicen ¿no las vas a oír?
que dentro de dos gráfilas oscuras y aparte, por haber sido niños y también por habernos juntado mucho en la vida,
redusos para siempre nos irán a encerrar.
Para que te compongas.
Estáis muertos.
Qué extraña manera de estarse muertos.
Quinquiera diría no lo estáis. Pero, en
verdad, estáis muertos.
Flotáis nadamente detrás de aquesa membrana que, péndula del zenit al nadir, viene y va de
crepúsculo a crepúsculo, vibrando ante
la sonora caja de una herida que a
vosotros no os duele. Os digo, pues, que la vida está en el espejo, y que vosotros sois el
original, la muerte.
Mentras la onda va, mientras la onda viene, cuán im-
punemente se está uno muerto. Sólo cuando las aguas se quebrantan en los bordes enfrentados y se
doblan y do- blan, entonces os transfiguráis y creyendo morir, percibís la sexta cuerda que ya no es vuestra.
Estáis muertos, no habiendo antes vivido jamás.
Quien- quiera diría que, no siendo ahora, en otro tiempo fuis- teis. Pero, en
verdad, vosotros sois los cadáveres de una
vida que nunca fue. Triste destino. El no haber sido sino muertos siempre. El ser hoja seca sin haber
sido verde jamás. Orfandad de
orfandades.
Y sinembargo, los muertos no son, no pueden ser ca-
dáveres de una vida que todavía no han vivido. Ellos murieron siempre de vida.
Estáis muertos.
De la noche a la mañana voy sacando lengua a las más
mudas equis.
En nombre de esa pura que sabía mirar hasta ser 2.
En nombre de que la fui extraño, llave y chapa muy diferentes.
En nombre della que no tuvo voz ni voto, cuando se dispuso esta su suerte de hacer.
Ebullición de cuerpos, sinembargo, aptos; ebullición que siempre tan sólo estuvo a 99 burbujas.
¡Remates, espesados en naturaleza, de dos días que no se juntan, que no se alcanzan jamás!
Graniza tánto, como para que yo recuerde y acreciente las perlas que he recogido del hocico mismo de cada tempestad.
No se vaya a secar esta lluvia. A menos que me fuese
dado caer ahora para ella, o que me
enterrasen mojado en el agua que surtiera de todos los fuegos.
¿Hasta dónde me alcanzará esta lluvia? Temo me quede
con algún flanco seco; temo que ella se
vaya, sin haberme probado en las sequías
de increíbles cuerdas vocales, por las
que, para dar armonía, hay siempre que subir ¡nunca bajar!
¿No subimos acaso para abajo?
Canta, lluvia, en la costa aún sin mar!