Trilce

 Trilce (Libro)
(Cesar Vallejo)


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               I

 

Quién hace tánta bulla, y ni deja  testar las islas que van quedando.

 

Un poco más de consideración en cuanto será tarde, temprano, y se aquilatará mejor el guano, la simple calabrina tesórea que brinda sin querer, en el insular corazón,

salobre alcatraz, a cada hialóidea                  grupada.

 

Un poco más de consideración,

y el mantillo líquido, seis de la tarde

      DE LOS MAS SOBERBIOS BEMOLES

 

Y la península parase por la espalda, abozaleada, impertérrita  en la línea mortal del equilibrio.

 

 

 

 

 

               II

 

                Tiempo Tiempo.

 

Mediodía estancado entre relentes.  Bomba aburrida del cuartel achica  tiempo tiempo tiempo tiempo.

 

               Era Era.

 

Gallos cancionan escarbando en vano.  Boca del claro día que conjuga  era era era era.

 

               Mañana Mañana.

 

       El reposo caliente aún de ser.

Piensa el presente guárdame para

Mañana mañana Mañana mañana.

 

               Nombre Nombre.

 

¿Qué se llama cuanto heriza nos?  Se llama Lomismo que padece  nombre nombre nombre nombrE.

 

 

 

 

 

              III

 

Las personas mayores 

¿a qué hora volverán?  Da las seis el ciego Santiago,  y ya está muy oscuro.

 

Madre dijo que no demoraría.

 

Aguedita, Nativa, Miguel, cuidado con ir por ahí, por donde  acaban de pasar gangueando sus memorias  dobladoras penas, hacia el silencioso corral, y por donde  las gallinas que se están acostando todavía,  se han espantado tanto.

Mejor estemos aquí no más.

Madre dijo que no demoraría.

 

Ya no tengamos pena. Vamos viendo los barcos ¡el mío es más bonito de todos!  con los cuales jugamos todo el santo día,  sin pelearnos, como debe ser: 

han quedado en el pozo de agua, listos,  fletados de dulces para mañana.

 

Aguardemos así, obedientes y sin más  remedio, la vuelta, el desagravio  de los mayores siempre delanteros  dejándonos en casa a los pequeños, 

como si también nosotros                             no pudiésemos partir.

 

Aguedita, Nativa, Miguel?

Llamo, busco al tanteo en la oscuridad.  No me vayan a haber dejado solo,  y el único recluso sea yo.

 

 

 

                     IV

 

Rechinan dos carretas contra los martillos  hasta los lagrimales trifurcas,  cuando nunca las hicimos nada. A aquella otra sí, desamada, amarguradabajo túnel campero por lo uno,y sobre duras áljidas pruebas                   espiritivas.

 

Tendime en són de tercera parte,

mas la tarde -qué la bamos a hhazer-

 

 

 

se anilla en mi cabeza, furiosamente 

a no querer dosificarse en madre. Son                                       los anillos.

Son los nupciales trópicos ya tascados.  El alejarse, mejor que todo,  rompe a Crisol.

 

Aquel no haber descolorado  por nada. Lado al lado al destino y llora  y llora. Toda la canción  cuadrada en tres silencios.

 

Calor. Ovario. Casi transparencia.

Hase llorado todo.  Hase entero velado  en plena izquierda.

 

 

 

                      V

 

Grupo dicotiledón. Oberturan  desde él petreles, propensiones de trinidad,  finales que comienzan, ohs de ayes  creyérase avaloriados de heterogeneidad. 

¡Grupo de los dos cotiledones!

 

A ver. Aquello sea sin ser más. A ver. No trascienda hacia afuera,  y piense en són de no ser escuchado,  y crome y no sea visto.

Y no glise en el gran colapso.

 

La creada voz rebélase y no quiere  ser malla, ni amor.

Los novios sean novios en eternidad. 

Pues no deis 1, que resonará al infinito.  Y no deis 0, que callará tanto,  hasta despertar y poner de pie al 1. 

Ah grupo bicardiaco.

 

 

 

 

 

              VI

 

El traje que vestí mañana no lo ha lavado mi lavandera:  lo lavaba en sus venas otilinas,  en el chorro de su corazón, y hoy no he  de preguntarme si yo dejaba  el traje turbio de injusticia.

 

A hora que no hay quien vaya a las aguas,  en mis falsillas encañona el lienzo para emplumar, y todas las cosas  del velador de tanto qué será de mí,  todas no están mías  a mi lado.

   

    Quedaron de su propiedad,  fratesadas, selladas con su trigueña bondad.

 

Y si supiera si ha de volver; y si supiera qué mañana entrará  a entregarme las ropas lavadas, mi aquella  lavandera del alma. Qué mañana entrará  satisfecha, capulí de obrería, dichosa  de probar que sí sabe, que sí puede                ¡COMO NO VA A PODER! 

Azular y planchar todos los caos.

 

 

 

 

              VII

 

Rumbé sin novedad por la veteada calle  que yo me sé. Todo sin novedad,  de veras. Y fondeé hada cosas así,  y fui pasado.

 

Doblé la calle por la que raras 

veces se pasa con bien, salida  heroica por la herida de aquella  esquina viva, nada a medias.

 

Son los grandotes, el grito aquel, la claridad de careo, 

la barreta sumersa en su función de 

                                                   ¡ya!

 

Cuando la calle está ojerosa de puertas,  y pregona desde descalzos atriles  trasmañanar las salvas en los dobles.

 

Ahora hormigas minuteras  se adentran dulzoradas, dormitadas, apenas  dispuestas, y se baldan, quemadas pólvoras, altos de a                1921.

 

 

 

 

 

 

                    VIII

 

Mañana es otro día, alguna vez hallarla para el hifalto poder,  entrada eternal.

 

Mañana algún día, sería la tienda chapada con un par de pericardios, pareja  de carnívoros en celo.

 

Bien puede afincar todo eso.  Pero un mañana sin mañana,  entre los aros de que enviudemos,  margen de espejo habrá  donde traspasaré mí propia frente  hasta perder el eco y quedar con el frente hacia la espalda.

 

 

 

 

 

 

                  IX              

 

Vusco volvvver de golpe el golpe.  Sus dos hojas anchas, su válvula.  que se abre en suculenta recepción  de multiplicando a multiplicador,  su condición excelente para el placer,  todo avia verdad.

 

Busco volver de golpe el golpe. A su halago, enveto bolivarianas fragosidades  a treintidós cables y sus múltiples,  se arrequintan pelo por pelo  soberanos belfos, los dos tomos de la Obra, y no vivo entonces ausencia,                 ni al tacto.

 

Fallo bolver de golpe el golpe. No ensillaremos jamás el toroso Vaveo  de egoísmo y de aquel ludir mortal  de sábana, desque la mujer esta

          ¡cuánto pesa de general!

 

Y hembra es el alma de la ausente.

Y hembra es el alma mía.

 

               —

 

 

               X

 

Prístina y última de infundada  ventura, acaba de morir con alma y todo, octubre habitación y encinta. 

De tres meses de ausente y diez de dulce.  Cómo el destino, mitrado monodáctilo, ríe.

 

Cómo detrás desahucian juntas de contrarios. Cómo siempre asoma el guarismo  bajo la línea de todo avatar.

Cómo escotan las ballenas a palomas.  Cómo a su vez éstas dejan el pico  cubicado en tercera ala.

Cómo arzonamos, cara a monótonas ancas.

 

Se remolca diez meses hacia la decena,  hacia otro más allá.

Dos quedan por lo menos todavía en pañales. 

Y los tres meses de ausencia.

Y los nueve de gestación. 

 

No hay ni una violencia.  El pariente incorporase, y sentado empavona tranquilas misturas.

 

 

 

 

              XI

 

He encontrado a una niña en la calle, y me ha abrazado. Equis, disertada, quien la halló y la halle,  no la va a recordar.

 

Esta niña es mi prima. Hoy, al tocarle el talle, mis manos han entrado en su edad  como en par de mal rebocados sepulcros.  Y por la misma desolación marchóse,                delta al sol tenebroso,               trina entre los dos.

 

"Me he casado", me dice. Cuando lo que hicimos de niños  en casa de la tía difunta.

                Se ha casado.

                Se ha casado.

 

Tardes años latitudinales,  qué verdaderas ganas nos ha dado de  jugar a los toros, a las yuntas, pero todo de engaños, de candor, como fue.

 

 

  

 

 

                  XII

 

Escapo de una finta, peluza a peluza.

Un proyectil que no sé dónde irá a caer. 

Incertidumbre. Tramonto. Cervical coyuntura.

 

Chasquido de moscón que muere  a mitad de su vuelo y cae a tierra. 

¿Qué dice ahora Newton?

Pero, naturalmente, vosotros sois hijos.

 

Incertidumbre. Talones que no giran.  Carilla en nudo, fabrida  cinco espinas por un lado y cinco por el otro: Chit! Ya sale.

 

  

 

 

 

             XIII

 

Pienso en tu sexo.

Simplificado el corazón, pienso en tu sexo,  ante el hijar maduro del día. Palpo el botón de dicha, está en sazón.  Y muere un sentimiento antiguo  degenerado en seso.

 

Pienso en tu sexo, surco más prolífico y armonioso que el -vientre de la Sombra,  aunque la Muerte concibe y pare  de Dios mismo. Oh Conciencia, pienso, sí, en el bruto libre que goza donde quiere, donde puede.

 

Oh, escándalo de miel de los crepúsculos.

Oh estruendo mudo.

 

¡Odumodneurtse!

 

 

 

 

             XIV

 

Cual mi explicación.

 

Esto me lacera de tempranía.

 

Esa manera de caminar por los trapecios. 

 

Esos corajosos brutos como postizos. 

 

Esa goma que pega el azogue al adentro. 

 

Esas posaderas sentadas para arriba. 

 

Ese no puede ser, sido.

 

Absurdo.

 

Demencia.

 

Pero he venido de Trujillo a Lima.

 

Pero gano un sueldo de cinco soles.

 

 

 

 

             XV

 

En el ríncón aquel, donde dormimos juntos  tantas noches, ahora me he sentado  a caminar. La cuja de los novios difuntos  fue sacada, o talvez qué habrá pasado.

 

Has venido temprano a otros asuntos  y ya no estás. Es el rincón  donde a tu lado, leí una noche,  entre tus tiernos puntos  un cuento de Daudet. Es el rincón  amado. No lo equivoques.

 

Me he puesto a recordar los días  de verano idos, tu entrar y salir,  poca y harta y pálida por los cuartos.

En esta noche pluvíosa, ya lejos de ambos dos, salto de pronto...  Son dos puertas abriéndose cerrándose,  dos puertas que al viento van y vienen sombra            a              sombra

 

 

 

 

 

                     XVI

 

Tengo fe en ser fuerte. Dame, aire manco, dame ir  galoneándome de ceros a la izquierda.  Y tú, sueño, dame tu diamante implacable,  tu tiempo de deshora.

 

Tengo fe en ser fuerte. Por allí avanza cóncava mujer,  cantidad incolora, cuya gracia se cierra donde me abro.

 

Al aire, fray pasado. Cangrejos, zote!  Avistate la verde bandera presidencial,  arriando las seis banderas restantes,  todas las colgaduras de la vuelta.

 

Tengo fe en que soy, y en que he sido menos.

 

Ea! Buen primero!

 

 

 

 

            XVII

 

Destílase este 2 en una sola tanda,  y entrambos lo apuramos. Nadie me hubo oído. Estría urente  abracadabra civil.

 

La mañana no palpa cual la primera,  cual la última piedra ovulandas  a fuerza de secreto. La mañana descalza.  El barro a medias entre sustancia gris, más y menos.

 

Caras no saben de la cara, ni de la  marcha a los encuentros.

Y sin hacia cabecee el exergo. 

Yerta la punta del afán.

 

Junio, eres nuestro. junio, y en tus hombros  me paro a carcajear, secando  mi metro y mis bolsillos en tus 21 uñas de estación.

 

Buena! Buena!

 

 

 

 

 

            XVIII

 

Oh las cuatro paredes de la celda.  Ah las cuatro paredes albicantes  que sin remedio dan al mismo número.

 

Criadero de nervios, mala brecha, por sus cuatro rincones cómo arranca  las diarias aherrojadas extremidades.

 

Amorosa llavera de innumerables llaves,  si estuvieras aquí, si vieras hasta  qué hora son cuatro estas paredes.  Contra ellas seríamos contigo, los dos,  más dos que nunca. Y ni lloraras, di, libertadora!

 

Ah las paredes de la celda. De ellas me duelen entretanto más 

las dos largas que tienen esta noche

 

algo de madres que ya muertas  llevan por bromurados declives,  a un niño de la mano cada una.

 

Y sólo yo me voy quedando,  con la diestra, que hace por ambas manos,  en alto, en busca de terciario brazo  que ha de pupilar, entre mi dónde y mi cuándo,  esta mayoría inválida de hombre.

 

 

 

 

  

 

             XIX

 

A trastear, Hélpíde dulce, escampas,  cómo quedamos de tan quedarnos.

 

Hoy vienes apenas me he levantado.  El establo está divinamente meado  y excrementicio por la vaca inocente  y el inocente asno y el gallo inocente.

 

Penetra en la maría ecuménica. Oh sangabriel, haz que conciba el alma,  el sin luz amor, el sin cielo,

lo más piedra, lo más nada,                          hasta la ilusión monarca.

 

Quemaremos todas las naves! 

Quemaremos la última esencia!

 

Mas si se ha de sufrir de mito a mito,  y a hablarme llegas masticando hielo,  mastiquemos brasas, ya no hay dónde bajar,  ya no hay dónde subir.

 

Se ha puesto el gallo incierto, hombre.

 

 

 

 

             XX

 

Al ras de batiente nata blindada  de piedra ideal. Pues apenas  acerco el 1 al 1 para no caer.

 

Ese hombre mostachoso. Sol,  herrada su única rueda, quinta y perfecta,  y desde ella para arriba. Bulla de botones de bragueta,

                         libres,  bulla que reprende A vertical subordinada. 

El desagüe jurídico. La chirota grata.

 

Mas sufro. Allende sufro. Aquende sufro.

 

Y he aquí se me cae la baba,  soy una bella persona,  cuando el hombre guillermosecundario  puja y suda felicidad  a chorros, al dar lustre al calzado  de su pequeña de tres años.

 

Engállase el barbado y frota un lado. La niña en tanto pónese el índice  en la lengua que empieza a deletrear  los enredos de enredos de los enredos,  y unta el otro zapato, a escondidas,  con un poquito de saliba y tierra,

                         pero con un poquito      no má-      s.

 

 

 

 

 

 


 

 

             XXI

 

En un auto arteriado de círculos viciosos,  torna diciembre qué cambiado,  con su oro en desgracia. Quién le viera:  diciembre con su 31 pieles rotas,

                                               el pobre diablo, Yo le recuerdo. Hubimos de esplendor,  bocas ensortijadas de mal engreimiento,  todas arrastrando recelos infinitos.  Cómo no voy a recordarle  al magro señor Doce.

 

Yo le recuerdo. Y hoy diciembre torna  qué cambiado, el aliento a infortunio,  helado, moqueando humillación.

 

Y a la ternurosa avestruz  como que la ha querido, como que la ha adorado.

Por ella se ha calzado todas sus diferencias.

 

 

 

 

 

 

 

 

            XXII

 

Es posible me persigan hasta cuatro magistrados vuelto. Es posible me juzguen pedro ¡Cuatro humanidades justas juntas! Don Juan Jacobo está en hacerio,  y las burlas le tiran de su soledad,  como a un tonto. Bien hecho.

 

Farol rotoso, el día induce a darle algo,  y pende a modo de asterisco que se mendiga a sí propio quizás qué enmendaturas.

 

Ahora que chirapa tan bonito  en esta paz de una sola línea,  aquí me tienes, aquí me tienes, de quien yo penda,  para que sacies mis esquinas.  Y si, éstas colmadas,  te derramases de mayor bondad,  sacaré de donde no haya,  forjaré de locura otros posillos,  insaciables ganas  de nivel y amor.

 

Si pues siempre salimos al encuentro  de cuanto entra por otro lado, ahora, chirapado eterno y todo,  heme, de quien yo penda,  estoy de filo todavía. Heme!

 

 

 

 

            XXIII

 

Tahona estuosa de aquellos mis bizcochos  pura yema infantil innumerable, madre.

 

Oh tus cuatro gorgas, asombrosamente  mal plañidas, madre: tus mendigos. Las dos hermanas últimas, Miguel que ha muerto  y yo arrastrando todavía una trenza por cada letra del abecedario.

 

En la sala de arriba nos repartías  de mañana, de tarde, de dual estiba,  aquellas ricas hostias de tiempo, para  que ahora nos sobrasen  cáscaras de relojes en flexión de las 24  en punto parados.

 

Madre, y ahora! Ahora, en cuál alvéolo  quedaría, en qué retoño capilar,  cierta migaja que hoy se me ata al cuello  y no quiere pasar. Hoy que hasta  tus puros huesos estarán harina  que no habrá en qué amasar  ¡tierna dulcera de amor, 

hasta en la cruda sombra, hasta en el gran molar  cuya encía late en aquel lácteo hoyuelo  que inadvertido labrase y pulula ¡tú lo viste tanto!  en lo cerradas manos recién nacidas.

 

Tal la tierra oirá en tu silenciar,  cómo nos van cobrando todos  el alquiler del mundo donde nos dejas  y el valor de aquel pan inacabable.  Y nos lo cobran, cuando, siendo nosotros  pequeños entonces, como tú verías,  no se lo podíamos haber arrebatado  a nadie; cuando tú nos lo diste,  ¿di, mamá?

 

 

 

 

 

 

            XXIV

 

Al borde de un sepulcro florecido  transcurren dos marías llorando,  llorando a mares.

 

El ñandú desplumado del recuerdo  alarga su postrera pluma,  y con ella la mano negativa de Pedro  graba en un domingo de ramos resonancias de exequias y de piedras.

 

Del borde de un sepulcro removido  se alejan dos marías cantando.

 

Lunes.

 

 

 

 

 

 

            XXV

 

Alfan alfiles a adherirse a las junturas, al fondo, a los testuces,  al sobrelecho de los numeradores a pie.

Alfiles y cadillos de lupinas parvas.

 

Al rebufar el socaire de cada caravela  deshilada sin americanizar, 

ceden las estevas en espasmo de infortunio, con pulso párvulo mal habituado  a sonarse en el dorso de la muñeca.  Y la más aguda tiplisonancia  se tonsura y apeálase, y largamente  se ennazala hacia carámbanos  de lástima infinita.

 

Soberbios lomos resoplan  al portar, pendientes de mustios petrales  las escarapelas con sus siete colores  bajo cero, desde las islas guaneras  hasta las islas guaneras.

Tal los escarzos a la intemperie de pobre  fe.

Tal el tiempo de las rondas. Tal el del rodeo  para los planos futuros,  cuando innánima grifalda relata sólo  fallidas callandas cruzadas.

 

Vienen entonces alfiles a adherirse hasta en las puertas falsas y en los borradores.

 

 

 

 

 

      XXVI

 

El verano echa nudo a tres años que, encintados de cárdenas cintas, a todo

                         sollozo,

aurigan orinientos índices de moribundas alejandrias de cuzcos moribundos.

 

Nudo alvino deshecho, una pierna por allí,  más allá todavía la otra,

                             desgajadas,                    péndulas.

Deshecho nudo de lácteas glándulas de la sinamayera,

 

 

bueno para alpacas brillantes,  para abrigo de pluma inservible 

¡más piernas los brazos que brazos!

 

Así envérase el fin, como todo,  como polluelo adormido saltón  de la hendida cáscara, a luz eternamente polla.

Y así, desde el óvalo, con cuatros al hombro,                             ya para qué tristura.

 

 

Las uñas aquellas dolían retesando los propios dedos hospicios. 

De entonces crecen ellas para adentro.

                   mueren para afuera,                  y al medio ni van ni vienen,                   ni van ni vienen.

 

Las uñas. Apeona ardiente avestruz coja,  desde perdidos sures, 

flecha hasta el estrecho ciego              de senos aunados.

 

Al calor de una punta  de pobre sesgo ESFORZADO, 

la grieta sota de oros tórnase  morena sota de islas,  cobriza sota de lagos  en frente a moribunda alejandría,  a cuzco moribundo.

 

 

 

 

 

 

 

           XXVII

 

Me da miedo ese chorro, buen recuerdo, señor fuerte, implacable  cruel dulzor. Me da miedo. Esta casa me da entero bien, entero 

lugar para este no saber dónde estar

 

No entremos. Me da miedo este favor  de tomar por minutos, por puentes volados.  Yo no avanzo, señor dulce,  recuerdo vale, triste  esqueleto cantor.

 

Qué contenido, el de esta casa encantada,  me da muertes de azogue, y obtura con plomo mis tomas  a la seca actualidad.

 

El chorro que no sabe a cómo vamos,  dame miedo, pavor.

Recuerdo valeroso, yo no avanzo. 

Rubio y triste esqueleto, silba, silba.

 

 

 

 

 

 

          XXVIII

 

He almorzado solo ahora, y no he tenido  madre, ni súplica, ni sírvete, ni agua,  ni padre que, en el facundo ofertorio  de los choclos, pregunte para su tardanza  de imagen, por los broches mayores del sonido.

 

Cómo iba yo a almorzar. Cómo me iba a servir  de tales platos distantes esas cosas,  cuando habráse quebrado el propio hogar,  cuando no asoma ni madre a los labios.

Cómo iba yo a almorzar nonada.

 

A la mesa de un buen amigo he almorzado  con su padre recién llegado del mundo,  con sus canas tías que hablan  en tordillo retinte de porcelana,  bisbiseando por todos sus viudos alvéolos;  y con cubiertos francos de alegres tiroriros,  porque estánse en su casa. Así, qué gracia!  Y me han dolido los cuchillos  de esta mesa en todo el paladar.

El yantar de estas mesas así, en que se prueba  amor ajeno en vez del propio amor,  toma tierra el bocado que no brinda la

                                          MADRE,

hace golpe la dura deglución; el dulce,  hiel; aceite funéreo, el café.

 

Cuando ya se ha quebrado el propio hogar,  y el sírvete materno no sale de la  tumba, la cocina a oscuras, la miseria de amor.

 

 

 

 

 

            XXIX

 

Zumba el tedio enfrascado bajo el momento improduddo y caña.

 

Pasa una paralela a  ingrata línea quebrada de felicidad.  Me extraña cada firmeza, junto a esa agua  que se aleja, que ríe acero, caña.

 

Hilo retemplado, hilo, hilo binómico  ¿por dónde romperás, nudo de guerra?

 

Acoraza este ecuador, Luna.

 

 

 

 

 

 

            XXX

 

Quemadura del segundo

en toda la tierna carnecilla del deseo,  picadura de ají vagoroso,  a las dos de la tarde inmoral.

 

Guante de los bordes borde a borde.  Olorosa verdad tocada en vivo, al conectar  la antena del sexo  con lo que estamos siendo sin saberlo.

Lavaza de ma ablución. Calderas viajeras que se chocan y salpican de fresca sombra

unánime, el color, la fracción, la dura vida,                       la dura vida eterna.

No temamos. La muerte es así.

 

El sexo sangre de la amada que se queja  dulzorada, de portar tanto  por tan punto ridículo. Y el circuito entre nuestro pobre día y la noche grande,  a las dos de la tarde inmoral.

 

 

 

 

 

            XXXI

 

Esperanza plañe entre algodones.

 

Aristas roncas uniformadas  de amenazas tejidas de esporas magníficas  y con porteros botones innatos. 

¿Se luden seis de sol?

Natividad. Cállate, miedo.

 

Cristiano espero, espero siempre de hinojos en la piedra circular que está  en las cien esquinas de esta suerte  tan vaga a donde asomo.

 

Y Dios sobresaltado nos oprime  el pulso, grave, mudo, 

y como padre a su pequeña,

                                 apenas, 

pero apenas, entreabre los sangrientos algodones  y entre sus dedos toma a la esperanza.

 

Señor, lo quiero yo...

Y basta!

 

 

 

           XXXII

 

999 calorías

Rumbbb... Trrraprrr rrach... chaz 

Serpentíníca u del bizcochero engirafada al tímpano.

 

Quién como los hielos. Pero no.

Quién como lo que va ni más ni menos. 

Quién como el justo medio.

 

1,000 calorías. Azulea y ríe su gran cachaza  el firmamento gringo. Baja  el sol empavado y le alborota los cascos  al más frío.

 

Remeda al cuco; Roooooooeeeeis...  tierno autocarril, móvil de sed,  que corre hasta la playa.

 

Aire, aire! Hielo!

Si al menos el calor (------------------- Mejor                      no digo nada.

 

Y hasta la misma pluma con que escribo por último se troncha.

 

Treinta y tres trillones trescientos treinta y  tres calorías.

 

 

 

 

 

 

 

          XXXIII

 

Sí lloviera esta noche, retiraríame  de aquí a mil años. Mejor a cien no mas. Como si nada hubiese ocurrido, haría  la cuenta de que vengo todavía.

 

O sin madre, sin amada, sin porfía de agacharme a aguaitar al fondo, a puro Pulso,

esta noche así, estaría escarmenando  la fibra védica, la lana védica de mi fin final, hilo  del diantre, traza de haber tenido  por las narices a dos badajos inacordes de tiempo  en una misma campana.

 

Haga la cuenta de mi vida  o haga la cuenta de no haber aún nacido  no alcanzaré a librarme.

 

No será lo que aún no haya venido, sino  lo que ha llegado y ya se ha ido,  sino lo que ha llegado y ya se ha ido.

 

 

 

 

 

 

          XXXIV

 

Se acabó el extraño, con quien, tarde  la noche, regresabas parla y parla.  Ya no habrá quien me aguarde,  dispuesto mi lugar, bueno lo malo.

 

Se acabó la calurosa tarde;  tu gran bahía y tu clamor; la charla  con tu madre acabada que nos brindaba un té lleno de tarde.

 

Se acabó todo al fin: las vacaciones,  tu obediencia de pechos, tu manera  de pedirme que no me vaya fuera.

 

Y se acabó el diminutivo, para  mi mayoría en el dolor sin fin y nuestro haber nacido así sin causa.

 

 

 

 

 

           XXXV

 

El encuentro con la amada tanto alguna vez, es un simple detalle,  casi un programa hípico en violado,  que de tan largo no se puede doblar bien.

 

El almuerzo con ella que estaría  poniendo el plato que nos gustara ayer y 

se repite ahora,  pero con algo más de mostaza;  el tenedor absorto, su doneo radiante  de pistilo en mayo, y su verecundia  de a centavito, por quítame allá esa paja.  Y la cerveza lírica y nerviosa  a la que celan sus dos pezones sin lúpulo,  y que no se debe tomar mucho!

 

Y los demás encantos de la mesa  que aquella núbil campaña borda  con sus propias baterías germinales  que han operado toda la mañana,  según me consta, a mí,  amoroso notario de sus intimidades,  y con las diez varillas mágicas  de sus dedos pancreáticos.

  

Mujer que, sin pensar en nada más allá,  suelta el mirlo y se pone a conversamos  sus palabras tiernas como lancinantes lechugas recién cortadas.

 

Otro vaso y me voy. Y nos marchamos,  ahora sí, a trabajar.

 

Entre tanto, ella se interna entre los cortinajes y ¡oh aguja de mis días  desgarrados! se sienta a la orilla de una costura, a coserme el costado  a su costado,

a pegar el botón de esa camisa, que se ha vuelto a caer. Pero hase visto!

 

 

 

 

 

          XXXVI

 

Pugnamos ensartamos por un ojo de aguja,  enfrentados a las ganadas.

Amoniácase casi el cuarto ángulo del círculo.  ¡Hembra se continúa el macho, a raíz  de probables senos, y precisamente a raíz de cuanto no florece!

 

¿Por ahí estás, Venus de Milo?  Tú manqueas apenas pululando  entrañada en los brazos plenarios 

de la existencia,

 

de esta existencia que todaviiza  perenne imperfección.

Venus de Milo, cuyo cercenado, increado  brazo revuélvase y trata de encadarse  a través de verdeantes guijarros gagos,  ortivos nautilos, aunes que gatean  recién, vísperas inmortales, Laceadora de inminencias, laceadora  del paréntesis.

 

Rehusad, y vosotros, a posar las plantas  en la seguridad dupla de la Armonía. 

Rehusad la simetría a buen seguro.

  

Intervenid en el conflicto  de puntas que se disputan  en la más torionda de las justas  el salto por el ojo de la aguja!

 

Tal siento ahora el meñique demás en la siniestra. Lo veo y creo  no debe serme, o por lo menos que está  en sitio donde no debe. Y me inspira rabia y me azarea y no hay cómo salir de él, sino haciendo  la cuenta de que hoy es jueves.

 

¡Ceded al nuevo impar                       potente de orfandad!

 

 

 

 

 

          XXXVII

 

He conocido a una pobre muchacha  a quien conduje hasta la escena. La madre, sus hermanas qué amables y también  aquel su infortunado "tú no vas a volver".

 

Como en cierto negocio me iba admirablemente  me rodeaban de un aire de dinasta florido.  La novia se volvía agua,  y cuán bien me solía llorar  su amor mal aprendido.

 

Me gustaba su tímida marinera de humildes aderezos al dar las vueltas,  y cómo su pañuelo trazaba puntos, tildes, a la melografía de su bailar de juncia.

 

Y cuando ambos burlamos al párroco,  quebróse mi negocio y el suyo  y la esfera barrida.

 

 

 


 

 

         XXXVIII

 

Este cristal aguarda ser sorbido  en bruto por boca venidera  sin dientes. No desdentada.

Este cristal es pan no venido todavía.

 

Hiere cuando lo fuerzan  y ya no tiene cariños animales.  Mas si se le apasiona, se melaría  y tomaría la horma de los sustantivos  que se adjetivan de brindarse.

 

Quienes lo ven allí triste individuo  incoloro, lo enviarían por amor,  por pasado y a lo más por futuro:  si él no dase por ninguno de sus costados;  si él espera ser sorbido de golpe  y en cuanto transparencia, por boca ve- nidera que ya no tendrá dientes.

 

Este cristal ha pasado de animal, y marchase ahora a formar las izquierdas,  los nuevos Menos. Déjenlo solo no más.

 

 

 

 

 

          XXXIX

 

Quién ha encendido fósforo!

                   Mésome. Sonrío a columpio por motivo. Sonrío aún más, si llegan todos  a ver las guías sin color y a mí siempre en punto. Qué me importa.

 

Ni ese bueno del Sol que, al morirse de gusto,  lo desposta todo para distribuirlo 

entre las sombras, el pródigo,

 

ni él me esperaría a la otra banda.  Ni los demás que paran sólo  entrando y saliendo.

 

Llama con toque de retina el gran panadero. Y pagamos en señas  curiosísimas el tibio valor innegable  horneado, trascendiente. Y tomamos el café, ya tarde, con deficiente azúcar que ha faltado, y pan sin mantequilla. Qué se va a hacer.

 

Pero, eso sí, los aros receñidos, barreados. 

La salud va en un pie. De frente: marchen!

 

 

 

 

 

 

              XL

 

Quién nos hubiera dicho que en domingo  así, sobre arácnidas cuestas  se encabritaría la sombra de puro frontal.  (Un molusco ataca yermos ojos encallados,  a razón de dos o más posibilidades tantálicas  contra medio estertor de sangre remordida).

 

Entonces, ni el propio revés de la pantalla  deshabitado enjugaría las arterias  trasdoseadas de dobles todavías. Como si no nos hubiesen dejado salir! Como  sí no estuviésemos embrazados siempre  a los dos flancos diarios de la fatalidad!

 

Y cuánto nos habríamos ofendido. Y aún lo que nos habríamos enojado y peleado  y amistado otra vez  y otra vez.

 

Quién hubiera pensado en tal domingo.  cuando, a rastras, seis codos lamen  de esta manera, hueras yemas lunesentes.

Habríamos sacado contra él, de bajo  de las dos alas del Amor, lustrales plumas terceras, puñales,  nuevos pasajes de papel de oriente.  Para hoy que probamos si aún vivimos casi un frente no más.

 

 

 

 

             XLI

 

La Muerte de rodillas mana su sangre blanca que no es sangre. 

Se huele a garantía.

Pero ya me quiero reír.

 

Murmurase algo por allí. Callan.  Alguien silba valor de lado,  y hasta se contaría en par  veintitrés costillas que se echan de menos  entre sí, a ambos costados; se contaría  en par también, toda la fila de trapecios escoltas.

 

En tanto, el redoblante policial  (otra vez me quiero reir)  se desquita y nos tunde a palos.  dale y dale  de membrana a membrana 

tas con tas.

 

 

 

 

 

 

                    XLII

 

Esperaos. Ya os voy a narrar  todo. Esperaos sossiegue  este dolor de cabeza. Esperaos. ¿Dónde os habéis dejado vosotros  que no hacéis falta jamás?

 

Nadie hace falta! Muy bien.

 

Rosa, entra del último piso.  Estoy niño. Y otra vez rosa:  ni sabes a dónde voy.

 

¿Aspa la estrella de la muerte? O son extrañas máquinas cosedoras  dentro del costado izquierdo. 

Esperaos otro momento.

 

No nos ha visto nadie. Pura  búscate el talle.

¡A dónde se han saltado tus ojos!

 

Penetra reencarnado en los salones  de ponentino cristal. Suena  música exacta casi lástima.

  

Me siento mejor. Sin fiebre, y ferviente.

Primavera. Perú. Abro los ojos. Ave! No salgas. Dios, como si sospechase  algún flujo sin reflujo ay.

 

Paletada facial, resbala el telón  cabe las conchas.

 

Acrisis. Tilia, acuéstate.

 

 

 

 

 

 

            XLIII

 

Quién sabe se va a ti. No le ocultes.

Quién sabe madrugada.

Acaríciale. No le digas nada. Está  duro de lo que se ahuyenta.

Acaríciale. Anda! Cómo le tendrías pena.

Narra que no es posible  todos digan que bueno,  cuando ves que se vuelve y revuelve,  animal que ha aprendido a irse... No? 

Sí! Acaríciale. No le arguyas.

 

Quién sabe se va a ti madrugada.  ¿Has contado qué poros dan salida solamente,  y cuáles dan entrada?

Acarídale. Anda! Pero no vaya a saber  que lo haces porque yo te lo ruego. 

Anda!

 

 

 

 

 

            XLIV

 

Este piano viaja para adentro,  viaja a saltos alegres. Luego medita en ferrado reposo,  clavado con diez horizontes.

 

Adelanta. Arrástrase bajo túneles,  más allá, bajo túneles de dolor,  bajo vértebras que fugan naturalmente.

 

Otras veces van sus trompas,  lentas asias amarillas de vivir,  van de eclipse, y se espulgan pesadillas inséctiles, ya muertas para el trueno, heraldo de los génesis.

 

Piano oscuro ¿a quién atisbas  con tu sordera que me oye.  con tu mudez que me asorda?

 

Oh pulso misterioso.

 

 

 

 

             XLV

 

Me desvinculo del mar  cuando vienen las aguas a mí.

 

Salgamos siempre. Saboreemos la canción estupenda, la canción dicha  por los labios inferiores del deseo. 

Oh prodigiosa doncellez.

Pasa la brisa sin sal.

 

A lo lejos husmeo los tuétanos  oyendo el tanteo profundo, a la caza  de teclas de resaca.

 

Y si así diéramos las narices  en el absurdo,

nos cubriremos con el oro de no tener nada,  y empollaremos el ala aún no nacida  de la noche, hermana  de esta ala huérfana del día, que a fuerza de ser una ya no es ala.

 

 

 

            XLVI

 

La tarde cocinera se detiene  ante la mesa donde tú comiste;  y muerta de hambre tu memoria viene  sin probar ni agua, de lo puro triste.

 

Mas, como siempre, tu humildad se aviene  a que le brinden la bondad más triste.  Y no quieres gustar, que ves quien viene  filialmente a la mesa en que comiste.

 

La tarde cocinera te suplica  y te llora en su delantal que aún sórdido  nos empieza a querer de oírnos tanto.

Yo hago esfuerzos también; porque no hay  valor para servirse de estas aves.

Ah! qué nos vamos a servir ya nada.

 

 

 

 

 

 

           XLVII

 

Ciliado arrecife donde nací, según refieren cronicones y pliegos  de labios familiares historiados  en segunda gracia.

 

Ciliado archipiélago, te desislas a fondo,

                         a fondo, archipiélago mío!

Duras todavía las articulaciones al camino, como cuando nos instan, y nosotros no cedemos por nada.

 

Al ver los párpados cerrados,

implumes mayorcitos, devorando azules bombones,  se carcajean pericotes viejos.

Los párpados cerrados, como si, cuando nacemos;  siempre no fuese tiempo todavía.

 

Se va el altar, el cirio para que no le pasase nada a mi madre,  y por mí que sería con los años, si Dios  quería, Obispo, Papa, Santo, o talvez  sólo un columnario dolor de cabeza.

 

Y las manitas que se abarquillan asiéndose de algo flotante,  a no querer quedarse.

Y siendo ya la l.

 

 

 

 

 

           XLVIII

 

Tengo ahora 70 soles peruanos. Cojo la penúltima moneda, la que suena  69 veces púnicas.

Y he aquí, al finalizar su rol,  quemase toda y arde llameante,

                                      llameante,  redonda entre mis tímpanos alucinados.  Ella, siendo 69, dase contra 70;  luego escala 71, rebota en 72.

 

Y así se multiplica y espejea impertérrita  en todos los demás piñones.

 

Ella, vibrando y forcejeando, pegando grittttos, soltando arduos, chisporroteantes silencios,  orinándose de natural grandor,  en unánimes postes surgentes, 

acaba por ser todos los guarismos,                                   la vida entera.

 

 

 

 

 

            XLIX

 

Murmurando en inquietud, cruzo, 

el traje largo de sentir, los lunes                              de la verdad. 

Nadie me busca ni me reconoce, 

y hasta yo he olvidado                        de quién seré.

 

Cierta guardarropa, sólo ella, nos sabrá  a todos en las blancas hojas  de las partidas. Esa guardarropía, ella sola,  al volver de cada facción,

                             de cada candelabro                             ciego de nacimiento.

 

Tampoco yo descubro a nadie, bajo este mantillo que irídíce los lunes

                         de la razón; 

y no hago más que sonreír a cada púa  de las verjas, en la loca búsqueda  del conocido.

 

Buena guardarropía, ábreme

                         tus blancas hojas; 

quiero reconocer siquiera al 1, quiero el punto de apoyo, quiero           saber de estar siquiera.

 

En los bastidores donde nos vestimos, 

no hay, no Hay nadie: hojas tan sólo                        de par en par.

Y siempre los trajes descolgándose  por sí propios, de perchas  como ductores índices grotescos,  y partiendo sin cuerpos, vacantes,                hasta el matiz prudente 

de un gran caldo de alas con causas y lindes fritas.

Y hasta el hueso!

 

 

 

 

 

 

               L

 

El cancerbero cuatro veces al día maneja su candado, abriéndonos  cerrándonos los esternones, en guiños  que entendemos perfectamente.

 

Con los fundillos lelos melancólicos,  amuchachado de trascendental desaliño,  parado, es adorable el pobre viejo.  Chancea con los presos, hasta el tope 

los puños en las ingles. Y hasta mojarilla les roe algún mendrugo; pero siempre  cumpliendo su deber.

 

Por entre los barrotes pone el punto  fiscal, inadvertido, izándose en la falangita 

del meñique, a la pista de lo que hablo,  lo que como, lo que sueño.

Quiere el corvino ya no hayan adentros, y cómo nos duele esto que quiere el cancerbero.

 

Por un sistema de relojería, juega  el viejo inminente, pitagórico  a lo ancho de las aortas. Y sólo  de tarde en noche, con noche  soslaya alguna su excepción de metal.  Pero, naturalmente,  siempre cumpliendo su deber.

 

 

 

              LI

 

Mentira. Si lo hacía de engaños, y nada más. Ya está. De otro modo,  también tú vas a ver, cuánto va a dolerme el haber sido así.

 

Mentira. Calla.

Ya está bien.

Como otras veces tú me haces esto mismo, por eso yo también he sido así.

 

A mí, que había tanto atisbado si de veras  llorabas,

ya que otras veces sólo te quedaste

en tus, dulces pucheros,

 

a mi, que ni soñé que los creyeses,  me ganaron tus lágrimas.

Ya está.

 

Mas ya lo sabes: todo fue mentira. 

Y si sigues llorando, bueno, pues!

Otra vez ni he de verte cuando juegues.

 

 

 

 

 

              LII

 

Y nos levantaremos cuando se nos dé la gana, aunque mamá toda claror  nos despierte con cantora  y linda cólera materna.

Nosotros reiremos a hurtadillas de esto,  mordiendo el canto de las tibias colchas  de vicuña ¡y no me vayas a hacer cosas!

 

Los humos de los bohíos ¡ah golfillos en rama! madrugarían a jugar  a las cometas azulinas, azulantes,  y, apañuscando alfarjes y piedras, nos darían 

su estímulo fragante de boñiga,                     para sacamos  al aire nene que no conoce aún las letras,  a pelearles los hilos.

 

Otro día querrás pastorear  entre tus huecos onfalóídeos 

                         ávidas cavernas, 

                   meses nonos,                mis telones. 

O querrás acompañar a la ancianía  a destapar la toma de un crepúsculo,  para que de día surja  toda el agua que pasa de noche.

 

Y llegas muriéndote de risa,  y en el almuerzo musical,  cancha reventada, harina con manteca,  con manteca, le tomas el pelo al peón decúbito  que hoy otra vez olvida dar los buenos días,  esos sus días, buenos con b de baldío,  que insisten en salirle al pobre  por la culata de la v  dentilabial que vela en él.

 

 

 

 

 

             LIII

 

Quién clama las once no son doce! Como si las hubiesen pujado, se afrontan  de dos en dos las once veces.

 

Cabezazo brutal. Asoman las coronas a oír, pero sin traspasar los eternos  trescientos sesenta grados, asoman  y exploran en balde, dónde ambas manos  ocultan el otro puente que les nace  entre veras y litúrgicas bromas.

 

Vuelve la frontera a probar las dos piedras que no alcanzar a ocupar  una misma posada a un mismo tiempo.  La frontera, la ambulante batuta, que sigue  inmutable, igual, sólo más ella a cada esguince en alto.

 

Veis lo que es sin poder ser negado,  veis lo que tenemos que aguantar,  mal que nos pese. ¡Cuánto se aceita en codos  que llegan hasta la boca!

 

 

 

 

             LIV

 

Forajido tormento, entra, sal por un mismo forado cuadrangular.  Duda. El balance punza y punza  hasta las cachas.

 

A veces doyme contra todas las contras,  y por ratos soy el alto más negro de las ápices  en la fatalidad de la Armonía. Entonces las ojeras se irritan divinamente,  y solloza la sierra del alma,  se violentan oxígenos de buena voluntad,  arde cuanto no arde y hasta  el dolor dobla el pico en risa.

 

Pero un día no podrás entrar  ni salir, con el puñado de tierra  que te echaré a los ojos forajido!

 

 

 

 

 

                     LV

 

Samain dirfa el aire es quieto y de una contenida tristeza. Vallejo dice hoy la Muerte está soldando cada lindero  a cada hebra de cabello perdido, desde la cubeta de un  frontal, donde hay algas, toronjiles que cantan divinos  almcigos en guardia, y versos antisépticos sin dueño.

 

El miércoles, con uñas destronadas se abre las propias  de alcanfor, e instila por polvorientos   [uñas

harneros, ecos, páginas vueltas, sarros,

zumbidos de moscas

cuando hay muerto, y pena clara esponjosa y cierta

                                                                 [esperanza.

 

Un enfermo lee La Prensa, como en facistol.  Otro está tendido palpitante, longirrostro,  cerca a estarlo sepulto.

Y yo advierto un hombro está en su sitio  todavía y casi queda listo tras de este, el otro 1ado.

 

Ya la tarde pasó diez y seis veces por el subsuelo empa y se está casi ausente              [trullado,  en el número de madera amarilla de la cama que está desocupada tanto tiempo                                     allá.....................                                              enfrente.

 

 

 

             LVI

 

Todos los días amanezco a ciegas  a trabajar para vivir; y tomo el desayuno,  sin probar ni gota de él, todas las mañanas.  Sin saber si he logrado, o más nunca,  algo que brinca del sabor  o es sólo corazón y que ya vuelto, lamentará  hasta dónde esto es lo menos.

 

El niño crecería ahíto de felicidad

                                 oh albas, 

ante el pesar de los padres de no poder dejarnos  de arrancar de sus sueños de amor a este mundo;  ante ellos que, como'Dios, de tanto amor  se comprendieron hasta creadores  y nos quisieron hasta hacernos daño.

 

Flecos de invisible trama, dientes que huronean desde la neutra emoción,

                                 pilares

libres de base y coronación, en la gran boca que ha perdido el habla.

 

Fósforo y fósforo en la oscuridad,  lágrima y lágrima en la polvareda.

 

 

 

 

             LVII

 

Craterizados los puntos más altos, los puntos  del amor de ser mayúsculo, bebo, ayuno, ab- sorbo heroína para la pena, para el latido  lacio y contra toda corrección.

 

¿Puedo decir que nos han traicionado? No.  ¿Que todos fueron buenos? Tampoco. Pero  allí está una buena voluntad, sin duda,  y sobre todo, el ser así.

 

Y qué quien se ame mucho! Yo me busco  en mi propio designio que debió ser obra  mía, en vano: nada alcanzó a ser libre.

 

Y sin embargo, quién me empuja.

A que no me atrevo a cerrar la quinta ventana.  Y el papel de amarse y persistir, junto a las  horas y a lo indebido.

 

Y el éste y el aquél.

 

 

 

 

 

            LVIII

 

En la celda, en lo sólido, también  se acurrucan los rincones.

 

Arreglo los desnudos que se ajan,  se doblan, se harapan.

 

Apéome del caballo jadeante, bufando  líneas de bofetadas y de horizontes;  espumoso pie contra tres cascos. 

Y le ayudo: Anda, animal!

 

Se tomaría menos, siempre menos, de lo  que me tocase erogar,  en la celda, en lo líquido.

El compañero de prisión comía el trigo  de las lomas, con mi propia cuchara,  cuando, a la mesa de mis padres, niño,  me quedaba dornúdo masticando.

 

Le soplo al otro: Vuelve, sal por la otra esquina;  apura... aprisa... apronta!

 

E inadvertido aduzco, planeo, cabe camastro desvencijado, piadoso:

No creas. Aquel médico era un hombre sano

Ya no reiré cuando mi madre rece  en infancia y en domingo, a las cuatro  de la madrugada, por los caminantes,  encarcelados, enfermos y pobres.

 

En el redil de niños, ya no le asestaré  puñetazos a ninguno de ellos, quien, después,  todavía sangrando, lloraría: El otro sábado  te daré de mi fiambre, pero  no me pegues!

Ya no le diré que bueno.

 

En la celda, en el gas ilimitado hasta redondearse en la condensación,  ¿quién tropieza por afuera?

 

 

 

 

 

                     LIX

 

La esfera terrestre del amor  que rezagóse abajo, da vuelta  y vuelta sin parar segundo,  y nosotros estamos condenados a sufrir 

como un centro su girar

 

Pacífico inmóvil, vidrio, preñado  de todos los posibles. Andes frío, inhumanable, puro Acaso. Acaso.

 

Gira la esfera en el pedernal del tiempo, y se afila, y se afila hasta querer perderse;  gira forjando, ante los desertados flancos,  aquel punto tan espantablemente conocido,  porque él ha gestado, vuelta y vuelta, el corralito consabido. Centrífuga que sí, que sí,  que Sí, que sí, que sí, que sí, que sí: NO! Y me retiro hasta azular, y retrayéndome  endurezco, hasta apretarme el alma!

 

 

 

 

 

              LX

 

Es de madera mi paciencia,  sorda, vegetal.

Día que has sido puro, niño, inútil, que naciste desnudo, las leguas  de tu marcha, van corriendo sobre  tus doce extremidades, ese doblez ceñudo  que después deshiláchase  en no se sabe qué últimos pañales.

 

Constelado de hemisferios de grumo, bajo eternas américas inéditas, tu gran plumaje,  te partes y me dejas, sin tu emoción ambigua,  sin tu nudo de sueños, domingo.

 

Y se apolilla mi paciencia, y me vuelvo a exclamar: ¡Cuándo vendrá  el domingo bocón y mudo del sepulcro;  cuándo vendrá a cargar este sábado  de harapos, esta horrible sutura  del placer que nos engendra sin querer,  y el placer que nos DestieRRA!

 

 

 

 

 

 

 

                     LXI

 

Esta noche desciendo del caballo,  ante la puerta de la casa, donde  me despedí con el cantar del gallo. 

Está cerrada y nadie responde.

 

El poyo en que mamá alumbró  al hermano mayor, para que ensille  lomos que había yo montado en pelo,  por rúas y por cercas, niño aldeano;  el poyo en que dejé que se amarille al sol  mi adolorida infancia... ¿Y este duelo  que enmarca la portada?

 

Dios en la paz foránea, estornuda, cual llamando también, el bruto;  husmea, golpeando el empedrado. Luego duda 

relíncha, orejea a viva oreja.

 

Ha de velar papá rezando, y quizás  pensará se me hizo tarde.

Las hermanas, canturreando sus ilusiones sencillas, bullosas, en la labor para la fiesta que se acerca,  y ya no falta casi nada. Espero, espero, el corazón un huevo en su momento, que se obstruye.

  

Numerosa familia que dejamos  no ha mucho, hoy nadie en vela, y ni una cera  puso en el ara para que volviéramos.

 

Llamo de nuevo, y nada.

Callamos y nos ponemos a sollozar, y el animal  relincha, relincha más todavía.

 

Todos están durmiendo para siempre,  y tan de lo más bien, que por fin  mi caballo acaba fatigado por cabecear  a su vez, y entre sueños, a cada venia, dice  que está bien, que todo está muy bien.

 

 

 

 

 

 

            LXII

 

               Alfombra

Cuando vayas al cuarto que tú sabes, entra en él, pero entorna con tiento la mampara                que tánto se entreabre, 

casa bien los cerrojos, para que ya no puedan  volverse otras espaldas.

 

               Corteza

Y cuando salgas, di que no tardarás  a llamar al canal que nos separa: 

fuertemente cogido de un canto de tu suerte,  te soy inseparable,  y me arrastras de borde de tu alma.

 

               Almohada

Y sólo cuando hayamos muerto ¡quién sabe!

                   Oh nó. Quién sabe!  entonces nos habremos separado.  Mas si, al cambiar el paso, me tocase a mí la desconocida bandera, te he esperar allá,  en la confluencia del soplo y el hueso, como antaño, como antaño en la esquina de los novios                   ponientes de la tierra.

 

Y desde allí te seguiré a lo largo  de otros mundos, y siquiera podrán  servirte mis nós musgosos y arrecidos,  para que en ellos poses las rodillas  en las siete caídas de esa cuesta infinta,  y así te duelan menos.

 

 

 

 

            LXIII

 

Amanece lloviendo. Bien peinada  la mañana chorrea el pelo fino. Melancolía está amarrada; y en mal asfaltado oxidente de muebles indúes,  vira, se asienta apenas el destino.

 

Cielos de puna descorazonada por gran amor, los cielos de platino, torvos  de imposible.

 

Rumia la majada y se subraya  de un relincho andino.

 

Me acuerdo de mí mismo. Pero bastan las astas del viento, los timones quietos hasta  hacerse uno,

y el grillo del tedio y el jiboso codo inquebrantable basta la mañana de libres crinejas de brea preciosa, serrana, cuando salgo y busco las once y no son más que las doce deshoras.

 

 

 

 

            LXIV

 

          Hitos vagarosos enamoran, desde el minuto montuoso  que obstetriza y fecha los amotinados nichos de la at- mósfera.

 

          Verde está el corazón de tanto esperar; y en el canal  de Panamá ¡hablo con vosotros, mitades, bases, cúspides! 

retoñan los peldaños, pasos que suben,  pasos que baja- n.

Y yo que pervivo, y yo que sé plantarme.

 

 Oh valle sin altura madre, donde todo duerme horrible mediatinta, sin ríos frescos, sin entradas de amor. Oh   voces y ciudades que pasan cabalgando en un dedo tendido que señala a calva Unidad. Mientras pasan, de mucho en mucho, gañanes de gran costado sabio, detrás de las tres tardas dimensiones.

 

Hoy                                    Mañana                                   Ayer

(No, hombre!)

 

 

 

 

 

            LXV

 

Madre, me voy mañana a Santiago, a mojarme en tu bendición y en tu llanto.  Acomodando estoy mis desengaños y el rosado  de llaga de mis falsos trajines.

 

Me esperará tu arco de asombro,  las tonsuradas columnas de tus ansias  que se acaban la vida. Me esperará el patio,  el corredor de abajo con sus tondos y repulgos  de fiesta. Me esperará mi sillón ayo,  aquel buen quijarudo trasto de dinástico  cuero, que para no más rezongando a las nalgas  tataranietas, de correa a correhuela.

 

Estoy cribando mis cariños más puros. 

Estoy ejeando ¿no oyes jadear la sonda?

                         ¿no oyes tascar dianas? 

estoy plasmando tu fórmula de amor  para todos los huecos de este suelo.  Oh si se dispusieran los tácitos volantes  para todas las cintas más distantes,  para todas las citas más distintas.

 

Así, muerta inmortal. Así.

Bajo los dobles arcos de tu sangre, por donde  hay que pasar tan de puntillas, que hasta mi padre para ir por allí,

humildóse hasta menos de la mitad del hombre,  hasta ser el primer pequeño que tuviste.

 

Así, muerta inmortal. Entre la columnata de tus huesos  que no puede caer ni a lloros,  y a cuyo lado ni el Destino pudo entrometer  ni un solo dedo suyo.

 

Así, muerta inmortal.

Así.

 

 

 

 

 

 

 

            LXVI

 

Dobla el dos de Noviembre.

 

Estas sillas son buenas acogidas.  La rama del presentimiento  va, viene, sube, ondea sudorosa,  fatigada en esta sala.

Dobla triste el dos de Noviembre.

 

Difuntos, qué bajo cortan vuestros dientes  abolidos, repasando ciegos nervios,  sin recordar la dura fibra  que cantores obreros redondos remiendan  con cáñamo inacabable, de innumerables nudos  latentes de encrucijada.

 

Vosotros, difuntos, de las nítidas rodillas  puras a fuerza de entregaros,  cómo aserráis el otro corazón  con vuestras blancas coronas, ralas  de cordialidad. Sí. Vosotros, difuntos. 

 

Dobla triste el dos de Noviembre. Y la rama del presentimiento se la muerde un carro que simplemente  rueda por la calle.

 

 

 

           LXVII

 

Canta cerca el verano, y ambos  diversos erramos, al hombro  recodos, cedros, compases unípedos, espatarrados en la sola recta inevitable.

 

Canta el verano y en aquellas paredes endulzadas de marzo, lloriquea, gusanea la arácnida acuarela                                  de la melancolía.

Cuadro enmarcado de trisado anélido, cuadro  que faItó en ese sitio para donde  pensamos que vendría el gran espejo ausente. 

Amor, éste es el cuadro que faltó.

 

Mas, para qué me esforzaría por dorar pajilla para tal encantada aurícula,  si, a espaldas de astros queridos,  se consiente el vado, a pesar de todo.

 

Cuánta madre quedábase adentrada siempre, en tenaz atavío de carbón, cuando  el cuadro faltaba, y para lo que crecería  al pie de ardua quebrada de mujer.

 

Así yo me decía: Si vendrá aquel espejo  que de tan esperado, ya pasa de cristal.  Me acababa la vida ¿para qué?

Me acababa la vida, para alzarnos

 

               sólo de espejo a espejo.

 

 

 

 

           LXVIII

 

Estamos a catorce de Julio. Son las cinco de la tarde. Llueve en toda  una tercera esquina de papel secante. 

Y llueve más de abajo ay para arriba.

 

Dos lagunas las manos avanzan  de diez en fondo,

desde un martes cenagoso que ha seis días  está en los lagrimales helado.

 

Se ha degollado una semana con las más agudas caídas; hase hecho  todo lo que puede hacer miserable genial  en gran taberna sin rieles. Ahora estamos  bien, con esta lluvia que nos lava  y nos alegra y nos hace gracia suave.

 

Hemos a peso bruto caminado, y, de un solo

                             desafío, blanqueó nuestra pureza de animales. Y preguntamos por el eterno amor,  por el encuentro absoluto, por cuanto pasa de aquí para allá.

Y respondimos desde dónde los míos no son los tuyos 

desde qué hora el bordón, al ser portado, 

sustenta y no es sustentado. (Neto.)

 

Y era negro, colgado en un ríncón, 

sín proferir ni jota, mi paletó,

 

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A

  

 

 

            LXIX

 

Qué nos buscas, oh mar, con tus volúmenes  docentes! Qué inconsolable, qué atroz  estás en la febril solana.

 

Con tus azadones saltas, con tus hojas saltas, hachando, hachando el loco sésamo,  mientras tornan llorando las olas, después  de descascar los cuatro vientos y todos los recuerdos, en labiados plateles  de tungsteno, contraltos de colmillos y estáticas eles quelonias.

 

Filosofía de alas negras que vibran  al medroso temblor de los hombros del día.

 

El mar, y una edición en pie,  en su única hoja el anverso  de cara al reverso.

 

  

 

 

            LXX

 

  Todos sonríen del desgaire con que voyme a fondo,  celular de comer bien y bien beber.

 

          Los soles andan sin yantar? O hay quien  les da granos como a pajarillos? Francamente,  yo no sé de esto casi nada.

 

Oh piedra, almohada bienfaciente al fin. Amémonos los  vivos a los vivos, que a las buenas cosas muertas será Cuánto tenemos que quererlas                       [después. y estrecharlas, cuánto. Amemos las actualidades, que  siempre no estaremos como estamos.

Que interinos Barrancos no hay en los esenciales cemen-                                                                      [terios.

 

El porteo va en el alfar, a pico. La jornada nos da en el  cogollo, con su docena de escaleras, escaladas, en horizon- tizante frustración de pies, por pávidas sandalias vacantes.

 

Y temblamos avanzar el paso, que no sabemos si damos  con el péndulo, o ya lo hemos cruzado.

 

 

            LXXI

 

Serpea el sol en tu mano fresca, y se derrama cauteloso en tu curiosidad.

 

Cállate. Nadie sabe que estás en mí,  toda entera. Cállate. No respires. Nadie  sabe mi merienda suculenta de unidad:  legión de oscuridades, amazonas de lloro.

 

Vanse los carros flagelados por la tarde,  y entre ellos los míos, cara atrás, a las riendas  fatales de tus dedos.

Tus manos y mis manos recíprocas se tienden  polos en guardia, practicando depresiones,  y sienes y costados.

 

Calla también, crepúsculo futuro, y recógete a reír en lo íntimo, de este celo  de gallos ajisecos soberbiamente,  soberbiamente ennavajados  de cúpulas, de viudas mitades cerúleas.  Regocíjate, huérfano; bebe tu copa de agua  desde la pulpería de una esquina cualquiera.

 

 

 

 

 

           LXXII

 

Lento salón en cono, te cerraron, te cerré. 

aunque te quise, tú lo sabes, y hoy de qué manos penderán tus llaves.

 

Desde estos muros derribamos los últimos  escasos pabellones que cantaban.

Los verdes han crecido. Veo labriegos trabajando,  los cerros llenos de triunfo. Y el mes y medio transcurrido alcanza  para una mortaja, hasta demás.

 

Salón de cuatro entradas y sin una salida,  hoy que has honda murria, te hablo  por tus seis dialectos enteros. Ya ni he de violentarme a que me seas,  de para nunca; ya no saltaremos  ningún otro portillo querido.

 

julio estaba entonces de nueve. Amor  contó en sonido impar. Y la dulzura  dio para toda la mortaja, hasta demás.

 

 

 

 

 

           LXXIII

 

Ha triunfado otro ay. La verdad está allí.  Y quien tal actúa ¿no va a saber  amaestrar excelentes digitígrados  para el ratón. ¿Sí... No...?

 

Ha triunfado otro ay y contra nadie.

Oh exósmosis de agua químicamente pura.  Ah míos australes. Oh nuestros divinos.

                         Tengo pues derecho

a estar verde y contento y peligroso, y a ser el cincel, miedo del bloque basto y vasto; a meter la pata y a la risa.

 

Absurdo, sólo tú eres puro. Absurdo, este exceso sólo ante tí se  suda de dorado placer.

 

 

 

 

          LXXIV

 

Hubo un día tan rico el año pasado...!  que ya ni sé qué hacer con él.

 

Severas madres guías al colegio, asedian las reflexiones, y nosotros enflechamos la cara apenas. Para ya tarde saber  que en aquello gozna la travesura  y se rompe la sien. Qué día el del año pasado,  que ya ni sé qué hacer con él,  rota la sien y todo.

 

Por esto nos separarán, por eso y para ya no hagamos mal.  Y las reflexiones técnicas aún dicen  ¿no las vas a oír?

 

que dentro de dos gráfilas oscuras y aparte,  por haber sido niños y también  por habernos juntado mucho en la vida, redusos para siempre nos irán a encerrar.

 

Para que te compongas.

 

 

 

 

 

           LXXV

 

Estáis muertos.

 

          Qué extraña manera de estarse muertos. Quinquiera  diría no lo estáis. Pero, en verdad, estáis muertos.

 

Flotáis nadamente detrás de aquesa membrana que,  péndula del zenit al nadir, viene y va de crepúsculo a  crepúsculo, vibrando ante la sonora caja de una herida  que a vosotros no os duele. Os digo, pues, que la vida  está en el espejo, y que vosotros sois el original, la  muerte.

 

Mentras la onda va, mientras la onda viene, cuán im- punemente se está uno muerto. Sólo cuando las aguas se  quebrantan en los bordes enfrentados y se doblan y do- blan, entonces os transfiguráis y creyendo morir, percibís  la sexta cuerda que ya no es vuestra.

 

Estáis muertos, no habiendo antes vivido jamás. Quien- quiera diría que, no siendo ahora, en otro tiempo fuis- teis. Pero, en verdad, vosotros sois los cadáveres de una  vida que nunca fue. Triste destino. El no haber sido sino  muertos siempre. El ser hoja seca sin haber sido verde  jamás. Orfandad de orfandades.

 

Y sinembargo, los muertos no son, no pueden ser ca- dáveres de una vida que todavía no han vivido. Ellos  murieron siempre de vida.

 

Estáis muertos.

 

 

 

 

          LXXVI

 

De la noche a la mañana voy sacando lengua a las más mudas equis.

 

En nombre de esa pura que sabía mirar hasta ser 2.

 

En nombre de que la fui extraño,  llave y chapa muy diferentes.

 

En nombre della que no tuvo voz  ni voto, cuando se dispuso  esta su suerte de hacer.

 

Ebullición de cuerpos, sinembargo,  aptos; ebullición que siempre  tan sólo estuvo a 99 burbujas.

 

¡Remates, espesados en naturaleza,  de dos días que no se juntan,  que no se alcanzan jamás!

 

 

 

 

 

          LXXVII

 

Graniza tánto, como para que yo recuerde  y acreciente las perlas  que he recogido del hocico mismo  de cada tempestad.

 

No se vaya a secar esta lluvia. A menos que me fuese dado  caer ahora para ella, o que me enterrasen  mojado en el agua  que surtiera de todos los fuegos.

 

¿Hasta dónde me alcanzará esta lluvia? Temo me quede con algún flanco seco;  temo que ella se vaya, sin haberme probado  en las sequías de increíbles cuerdas vocales,  por las que, para dar armonía, hay siempre que subir ¡nunca bajar! 

¿No subimos acaso para abajo?

 

Canta, lluvia, en la costa aún sin mar!

 

 

 

 




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